La enfermedad que ocupa el primer lugar como causa básica de muerte en el país puede entrar en remisión con un procedimiento difícil de seguir, pero barato y accesible a prácticamente todos los pacientes.
Hemos evolucionado mucho en cuanto al diagnóstico de la diabetes mellitus, no fue hace tanto (apenas en el siglo XVII) que se debía degustar la orina de un paciente para, al detectar un sabor dulce, como a miel (de ahí el “mellitus”), diagnosticar esta enfermedad.
Ahora sabemos que existen, principalmente, dos tipos de diabetes; la que se debe a causas genéticas y en la que el paciente no produce insulina, y la de tipo 2, que tiene su origen en los estilos de vida de los pacientes. Desafortunadamente, hemos estado atorados en el tratamiento de este último tipo de diabetes hasta hace poco, cuando se encontró que cambios radicales en la cantidad de calorías que comemos pueden conducir a la remisión de la enfermedad.
Es una remisión, no una cura. Es decir, el paciente sigue teniendo diabetes, pero los niveles de glucosa (azúcar) en su cuerpo pueden estar normales; por lo tanto, los problemas asociados a la enfermedad no se manifiestan.
La diabetes en México
México ocupa el quinto lugar mundial en prevalencia de diabetes mellitus tipo 2, con 12.5 millones de adultos viviendo con esta condición y se estima que para 2045 podría ocupar el cuarto lugar, con 21.8 millones de adultos afectados. Más aún, aproximadamente uno de cada dos adultos con diabetes se encuentra sin diagnosticar.
A partir de 2013, la diabetes ocupa el primer lugar como causa básica de muerte en México. Esto significa que la mayor parte de los pacientes mueren a causa de la diabetes o de complicaciones relacionadas con este mal. También es una de las principales causas de ceguera adquirida, enfermedades cardiovasculares, insuficiencia renal y amputación de miembros inferiores.
La Organización Mundial de la Salud estima que, en el mundo, los niveles elevados de glucosa en sangre constituyen el tercer factor de riesgo para la mortalidad prematura, después de la presión arterial alta y el consumo de tabaco.
Viejo problema
Históricamente, el diagnóstico de diabetes se había configurado como una sentencia definitiva, el tratamiento buscaba alargar la vida de los enfermos durante la progresión inevitable hacia las complicaciones discapacitantes o mortales de dicha enfermedad.
El problema no es solo padecer diabetes, sino saberlo demasiado tarde: los pacientes obtienen el diagnóstico de su enfermedad de manera azarosa, tras acudir a una consulta de revisión en la que el médico identifica niveles elevados de glucosa en sangre.
Se cree que este diagnóstico suele llegar hasta 10 años después del comienzo de la enfermedad.
El tratamiento implica, sobre todo, mejorar el estilo de vida con una dieta más sana y aumentar la cantidad de actividad física, toda una odisea para el mexicano promedio, que labora en el país que más horas trabaja en el mundo, que generalmente es sedentario y cuya dieta suele ser alta en grasas y azúcares (refrescos, tamales, tacos, tortas, cremas, quesos, atole, etcétera).
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Tras el fracaso en la mejora de estilos de vida, el médico añade medicamentos al tratamiento de un paciente diabético, entre ellos la famosa metformina. Cuando estos medicamentos son insuficientes, el médico recurre a la temida insulina inyectada, para este entonces el páncreas, el órgano encargado de regular el azúcar en el cuerpo, ya no funciona adecuadamente.
Un paciente diabético que ya requiere tratamiento con insulina se enfrenta a una serie de ajustes vitales importantes: agendar las horas de comida, contar adecuadamente las calorías de cada comida, eliminar de manera definitiva ciertos alimentos, inyectar la insulina de manera adecuada y utilizar constantemente un dispositivo para medir el azúcar en sangre.
Sobre todo, los pacientes deben estar muy atentos a las complicaciones de la diabetes: las úlceras de los pies, la pérdida de sensibilidad, la ceguera (la insulina no causa ceguera, eso es mito) y la insuficiencia renal, entre otros.
Pero hay nuevas soluciones para la diabetes
Actualmente, existen medidas terapéuticas para que la diabetes entre en remisión.
La primera medida que se implementó para lograr esto fue la cirugía bariátrica, es decir: “engrapar el estómago”. Esta cirugía permite una pérdida acelerada de peso, lo que disminuye las necesidades de azúcar del cuerpo y, por tanto, permite al páncreas funcionar adecuadamente.
Esta opción es poco accesible para la gran mayoría de pacientes diabéticos, ya que se suele ofrecer a personas con obesidad mórbida, además de ser un procedimiento costoso y no exento de complicaciones.
Posteriormente, se observó que la pérdida de peso necesaria para lograr remisión de la enfermedad se podía alcanzar a través de dietas estrictas.
Un estudio en Inglaterra mostró que el 86% de los pacientes con diabetes tipo 2 que perdían más de 15kg de su peso lograban remisión de la enfermedad en un año, además de mejorar de manera importante su calidad de vida. Esto se logró a través de una dieta intensiva de aproximadamente 800 calorías diarias (la dieta de un adulto en México oscila entre 1,500 y 2,000 calorías) por tres a cinco meses con una reintroducción posterior de una dieta de mantenimiento. Y si bien consumir tan pocas calorías al día es una meta difícil de lograr, los beneficios lo valen, sobre todo cuando se comparan con los costos de tener diabetes (entre los cuales se encuentra, literalmente, la vida).
Puede que la pérdida de peso no se muestre como una gran novedad terapéutica, sin embargo, ahora sabemos que la diabetes no necesariamente tiene un pronóstico progresivamente ominoso, sino que las personas que tienen esta enfermedad pueden regresar a una vida saludable.
Por otra parte, los médicos agradecemos que no tenemos que probar la orina de los pacientes, sin importar qué tan dulce sea, y que ya no damos una sentencia definitiva al diagnosticar diabetes.
Esta nota fue financiada con apoyo de CONACYT para el proyecto 295670 “Los Intangibles. Revista online”, de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia AC, como parte de la Convocatoria para Proyectos de Comunicación Pública de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación 2018.