Su situación actual es en verdad desesperada, la vaquita marina puede ser salvada y, con ella, otras especies del Alto Golfo y hasta mexicanos del desierto de Chihuahua se verían beneficiados.
Algunos biólogos la han llamado especie zombie, porque, dicen, “está muerta pero no lo sabe aún”; es una forma, más dramática, de decir que la vaquita marina está condenada a la extinción y que ya no vale la pena hacer esfuerzos para salvarla…
Por su parte, algunos políticos creen que salvar a la vaquita implica perjudicar a los pescadores de la zona y que, por tanto, tampoco hay que seguirlo intentando.
Nada de eso es cierto. Lo cierto es que vale la pena intentar salvar a la vaquita marina (Phocena sinus) incluso si ya no es posible lograrlo; ya que el esfuerzo traería beneficios para todos los pobladores del Alto Golfo y el delta del Río Colorado, desde los otros animales hasta los seres humanos, e incluso para muchos que no viven ahí.
Ante la violencia, la ilegalidad y la falta de gobernanza que se han desatado en la zona, vale la pena recordar lo benéfica que resulta la alternativa de conservación.
Un buche de totoaba para la salud
A diferencia de otras especies marinas en peligro de extinción, a la vaquita marina nadie la pesca; aunque quizá deberíamos decir “nadie la caza”, porque no se trata de un pez sino de una marsopa, un mamífero marino, similar a los delfines.
La vaquita marina está en peligro por la forma como se pesca a un pez llamado totoaba (Totoaba macdonaldi), que habita en la misma zona y desova en el delta del Colorado. Aunque la totoaba se sirve en algunos restaurantes, no es su carne lo que la hace tan preciada, sino su vejiga natatoria o buche.
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Este interés nació debido a la similitud que hay entre la totoaba y la corbina amarilla gigante (Bahaba taipingensis) que habita en los mares de China, donde comer su vejiga natatoria, se cree, predispone a la buena fortuna y la salud.
Con la llegada de las embarcaciones con motor, en la década de los 50, los pescadores chinos acabaron con las corvinas de sus mares, y la totoaba, o más bien su buche, pasó a ser su sustituto.
El problema es que las redes agalleras o de enmalle que se utilizan para pescar a la totoaba atrapan también a las vaquitas y a otras especies, incluyendo a las ballenas.
Por eso, y porque la pesca inmoderada de totoaba también puso a esta especie en peligro de extinción, desde 1975 el gobierno mexicano declaró una veda indefinida y la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES, por su sigla en inglés) prohíbe su comercio salvo en casos de excepción.
Además, desde 2015, la administración de Peña Nieto empezó a dar compensaciones a los pescadores, para que no perdieran ingresos por no pescar totoaba, a razón 600 millones de pesos al año.
Pero de nada han servido estas medidas, las redes agalleras han seguido en el agua, la totoaba se sigue pescando y los carteles del crimen organizado las secan y contrabandean a China a un precio por kilo superior al de la cocaína y, como resultado, la población de vaquita ha ido disminuyendo; de alrededor de 550 individuos que se calculaban en 1997, la población cayó hasta que en la actualidad se calcula que hay menos de 22.
No somos zombies, somos vaquitas sanas
En términos generales, se considera que si una especie solo está representada por una población pequeña está condenada a la extinción, pero para Lorenzo Rojas Bracho, investigador y presidente del Comité Internacional para la Recuperación de la Vaquita Marina (CIRVA), esto es solo un pretexto:
“Parafraseando a Michael Soulé, el padre de la biología de la conservación: no hay especies perdidas, sino casos caros y gente pesimista”, dice.
Rojas también tiene evidencia biológica para demostrar que las poblaciones pequeñas, incluida la de vaquita, se pueden recuperar y que al creer lo contrario “las condenas de antemano a la extinción”.
El peligro para una población pequeña es la endogamia o cruza entre parientes cercanos, que, por un lado, aumenta las posibilidades de que se presenten enfermedades congénitas y, por otro, no provee a la población de suficiente variabilidad genética para enfrentar nuevas enfermedades. Pero si una población no tiene genes peligrosos, la endogamia no representa problema alguno. Y ese es el caso de la vaquita marina.
En América son famosos los casos de la marmota de la isla de Vancouver (Marmota vancouverensis), cuya recuperación partió de una población de unos 30 individuos en 2003 y alcanzó los 300 individuos en 2012, y el del Cóndor Californiano (Gymnogyps californianus), que llegó a tener solo 22 ejemplares en cautiverio en 1987 y para 2017 la población alcanzó los 470 individuos, 290 de los cuales están libres en estado salvaje.
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Pero hay casos más extremos, como el del caballo de przewalski (Equus ferus przewalskii), del que llegó a haber 13 individuos o el robin de Nueva Zelandia (Petroica australis), del que quedaban dos.
El propio Rojas en 2006 reportó, a partir del examen del ADN mitocondrial de unas 40 vaquitas, que naturalmente tienen muy poca diversidad genética, y cabe añadir que su historia evolutiva muestra que así están bien.
“Son animales sanos, nada indica que tengan problemas por la endogamia, tienen los estómagos llenos de alimento, se reproducen… nada los condena a la extinción”, dice Rojas.
El mismo Rojas Bracho, en un estudio comparativo, encontró que de las posibles amenazas a la vaquita, como la variabilidad o la contaminación de la zona, la más importante por mucho es la pesca de totoaba.
Entonces, qué ha fallado
La crisis que se está viviendo actualmente se desencadenó porque al inicio de la administración del presidente López Obrador se suspendieron los pagos a los pescadores y esto hizo que salieran al mar con redes agalleras, más, incluso, de lo que ya estaban haciéndolo. Ya se reanudaron los pagos, pero la gobernanza de la zona se perdió.
Pero “este gobierno está heredando el problema”, dice Rodrigo Medellín, investigador del Instituto de Ecología de la UNAM.
“Las autoridades pesqueras mexicanas nunca han sido favorables de la conservación de nada, tortugas, vaquitas, delfines, nada, no les interesa la conservación. Entonces nunca hicieron su chamba que era diseñar artes de pesca alternativas para sustituir la redes agalleras”, comenta Lorenzo Rojas.
Medellín es más específico en lo que se refiere a los últimos años, cuando en total se dieron 2,400 millones de pesos, y afirma que “la culpa es de Pablo Arenas”, quien ha sido director del Instituto Nacional de Pesca desde 2015 y que fue ratificado por el nuevo gobierno a principios de diciembre de 2018.
Medellín explica que Arenas tenía la encomienda de desarrollar la pesca alternativa para reducir el uso de las ilegales redes agalleras, pero ha sucedido todo lo contrario.
Una prueba clara de ello es que el programa interinstitucional para el retiro de redes, donde están agencias del gobierno, ONGs, Sea Shepherd (los pioneros del programa, empezaron hace cinco años), en 2016 confiscó 120 redes ilegales; en 2017, más de cuatrocientas y para 2018 fueron setecientas.
“Si nomás les das dinero a los pescadores o los cazadores sin acordar con ellos una tarea, es un incentivo perverso, no alcanzas la meta que quieres sino la contraria. Se les debió dar el dinero para que hicieran artes de pesca alternativas, participaran en vigilancia, en el retiro de redes…”, comenta Rojas.
Como no se hizo así, el dinero sirvió para comprar más redes agalleras.
Además, ambos expertos coinciden en que el dinero no ha llegado adónde debe estar, a las manos de los pescadores, solo llegó a ciertos líderes pesqueros, quienes lo repartieron como quisieron, a sus familiares y amigos, aunque no fueran pescadores.
Las descomposición que esto ha generado es enorme. Hay quienes calculan que hasta un 80% de los pescadores de la zona están involucrados con la pesca de totoaba. Y han llegado “muchos de Sinaloa y de otros lugares asociados a los cárteles de la droga a traficar con el buche”, comenta Rojas.
No solo la vaquita está en riesgo
En estos días, no solo la vaquita está en peligro; hay otros mexicanos en riesgo, humanos y animales.
México ha firmado por la protección de la vaquita en instancias internacionales, por lo que nos exponemos a tres sanciones principales.
En CITES estamos al borde de un proceso que se llama comercio significativo, esto quiere decir que se le cierra a México el comercio de todas las especies registradas en los anexos de CITES, y tenemos muchas especies en esa lista “que están beneficiando a muchísima gente, que se podría quedar sin fuentes de ingresos sin deberla ni temerla”, explica Medellín y cita algunos ejemplos.
El borrego cimarrón (Ovis canadensis) que cazan los seris, “con solo dos que cacen de una población de alrededor de seiscientos, se le dan cientos de miles de dólares a las autoridades del pueblo Seri”.
La cera de candelilla proviene de la planta Euphorbia antisiphilitica, que crece sobre todo en el desierto de Chihuahua, “es parte de todos los maquillajes que se venden en el mundo, desde los polvos hasta los lápices labiales”, lo cual, evidentemente beneficia a muchas comunidades que se quedarían sin ese ingreso.
“Y como esos, hay muchos otros ejemplos”, dice Medellín.
Por otra parte, la zona del Alto Golfo ha sido declarada, sobre todo por la existencia de la vaquita, Patrimonio Natural de la Humanidad de la UNESCO. Evidentemente, si desaparece la vaquita se eliminaría esta distinción. Amén de la pérdida de prestigio nacional, esto implicaría pérdidas económicas por la falta de turismo.
El tercer problema es que Estados Unidos ya avisó que, de no detenerse la destrucción del ecosistema, nos van a embargar todo el camarón que se pesque en el Golfo de California.
Por dónde puede estar la salida
La gran frustración del problema de la vaquita es que la salida lleva muchos años a la vista y se han hecho planes para alcanzarla pero no se han llevado a cabo. Es cosa de hacer efectivas las prohibiciones, reforzar la vigilancia, repartir bien y con metas claras los incentivos.
México lo ha logrado en otras ocasiones, las más notable del otro lado de la península de Baja California, con el elefante marino (Mirounga angustirostris), que fue declarado extinto en 1884.
En 1912 se encontraron ocho animales en la Isla de Guadalupe. Los investigadores de la época (del Instituto Smithsoniano), inexplicablemente, mataron a siete de ellos para tener especímenes. Se especula que debe haber quedado una población escondida en la zona de entre 10 y 100 individuos, pues a partir de que, 10 años después, México decidiera proteger a este mamífero marino, sus números han crecido notablemente.
Actualmente se calcula que hay unos 126 mil individuos, con muy poca diversidad genética, por cierto.
El caso del lobo fino (Arctocephalus townsendi), de la misma isla, es idéntico pues la población era de 10 individuos.
Además, “México es famoso por desarrollar técnicas de pesca alternativas… Es un problema de ignorancia, el gobierno no ha entendido el riesgo que corremos”, dice Medellín, quien para hacer presión y crear consciencia está armando una reunión multilateral con especialistas en conservación, peces, mamíferos marinos que tendrá lugar en Colombo, Sri Lanka, en la reunión de la COP20 a finales de mayo.
Por otra parte, a principios de febrero se lanzó una petición por medio de change.org para que se tomen las necesarias acciones de protección de la vaquita. Al momento de publicar esta nota, lleva casi 112 mil firmas. Tiene que llegar a las 150 mil.
“Vamos a unir fuerzas. Sí hay formas de salvar a la vaquitas como la hubo de salvar al hurón de patas negras, al lobo fino y al elefante marino”, concluye Medellín.