Un estudio hecho con la participación de 255 arqueólogos mostró que la intensidad de la actividad humana era suficiente para influir en el clima.
El sobrenombre del “Libro del Día del Juicio Final” (Doomsday o, en inglés antiguo, Domesday Book) puede parecer exagerado; especialmente si consideramos que se trata de un simple censo, uno que encargó Guillermo el Conquistador en 1085 para conocer su nueva posesión, la actual Inglaterra, y para saber cuántos impuestos podía cobrar a los terratenientes.
Pero lo que encontraron los inspectores de Guillermo es, desde una perspectiva contemporánea y relacionada con el clima, casi aterrador: apenas era el siglo XI de nuestra era y ya el 90 por ciento de los bosques naturales de Inglaterra, que no estuvieran en las montañas, habían sido destruidos para uso agrícola, para la alimentación de los 1.5 millones de habitantes que había entonces en la isla y que el propio censo contabilizó.
Inglaterra no era pionera en destruir sus bosques, las avanzadas civilizaciones que se desarrollaron en los valles ribereños de China y la India habían alcanzado densidades de población mucho más altas desde hacía cientos y hasta miles de años; por lo que muchos historiadores de la ecología y el clima han concluido que estas regiones habían sido deforestadas alrededor de dos o tres mil años antes que Inglaterra.
Un estudio reciente, y pionero en más de un sentido, publicado por la revista Science, encontró evidencia de que los humanos ya habíamos cambiado dramáticamente la superficie del planeta hace 4,000 años, y permite relacionar la devastación de la naturaleza causada por la humanidad con afectaciones al clima desde antes de lo que pensaba… Pero también nos da esperanzas.
La bienvenida al Antropoceno
Desde que en el año 2000 el premio Nobel de química Paul Crutzen acuñó el término Antropoceno para designar a la era geológica en que la acción de los seres humanos está cambiando a la Tierra, en especial su clima, muchos científicos han debatido sobre cuándo se dio el inicio de esta etapa.
Para Crutzen, la revolución industrial, con la invención de la máquina de vapor en 1784 y el consiguiente y acelerado aumento de la cantidad de dióxido de carbono (CO2) en el aire, fue el inicio.
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Otros proponen que el inicio se dio a principios del siglo XVI, cuando la muerte de alrededor de 60 millones de indígenas en las Américas, a causa de las enfermedades contagiosas que llegaron con los europeos, ocasionó un gran desbalance ecológico; entre las tierras que dejaron de cultivarse y los bosques que dejaron de quemarse, el CO2 disminuyó drásticamente y casi seguro fue la causa de la pequeña edad de hielo que se registró en esa época.
Claro que esos son eventos notables y dramáticos, pero el autor que pareciera estar en lo cierto, William Ruddiman, propuso en 2005 que el cambio en el clima se habría iniciado mucho antes. Su hipótesis parte de las mediciones de distintos gases en las burbujas de aire antiguo que quedaron atrapadas en los glaciares y de las temperaturas globales que el hielo de esos mismos glaciares permite calcular.
“Parece que nuestros ancestros agrarios empezaron a añadir dióxido de carbono a la atmósfera hace muchos milenios… Nueva evidencia sugiere que las concentraciones de CO2 empezaron a elevarse hace unos 8 mil años. Unos 3 mil años después, lo mismo sucedió con el metano, otro gas que atrapa el calor. Las actividades humanas relacionadas con la siembra -sobre todo la deforestación y la irrigación-, han de haber añadido el CO2 y el metano adicionales”.
A lo escrito por Ruddiman cabe añadir que el metano, cuya principal fuente es el ganado vacuno, no es solo otro gas de efecto invernadero, ya que es unas 25 veces más efectivo que el dióxido de carbono para calentar la atmósfera.
El nuevo estudio, “Evaluación arqueológica revela la transformación temprana de la Tierra a través del uso de la tierra”, juntando datos de 255 arqueólogos de todo el mundo desde hace 12 mil años comprueba que ha habido suficiente actividad agrícola como para cambiar el clima desde hace unos 4 mil años, y que a ello contribuyeron también, aunque en menor medida, los pastores y hasta los cazadores-recolectores.
Juntos somos más que sumados
Erle Ellis, de la University of Maryland Baltimore County, concibió el proyecto y consiguió el financiamiento para llevarlo a cabo.
“Estuvimos hablando con arqueólogos que estaban convencidos de que los mapas globales de uso de tierra estaban mal, que sus datos indicaban otra cosa, pero no habían podido juntarlo”, comenta Ellis.
Ellis tomó como ejemplo a un proyecto colaborativo masivo en matemáticas. “Tomaron teoremas matemáticos que nunca habían sido demostrados, los pusieron en un sitio de internet e invitaron a otros matemáticos a tratar de resolverlos”. Y fue un éxito… Bueno, varios éxitos, porque hicieron muchas publicaciones.
A diferencia de los matemáticos, los arqueólogos no tienen un lenguaje común, por lo que una parte sustantiva del proyecto tuvo que ver con construir uno. Además, Ellis está orgulloso de otra innovación del proyecto:
“Los arqueólogos son bien conocidos por aferrarse a sus datos, quedarse con ellos por años sin publicarlos. En el GlobeProject tomamos la aproximación contraria. Dijimos ‘Vamos a compartir nuestros datos en cuanto los tengamos’… Desde antes de que termináramos de recolectar toda la información, ya había muchos datos disponibles para todo mundo gratuitamente”.
Así, no solo pudieron medir la intensidad de la actividad agrícola, también la de actividades de menor impacto en clima en lugares que se pensaba que eran prácticamente salvajes.
“Los cazadores recolectores tienen muchas formas de modificar su ambiente. Todas las sociedades de este tipo manejan sus ambientes de alguna manera; algunas de ellas impactan tanto como las actividades agrícolas”.
Ellis pone como ejemplo a los aborígenes de Australia, que hacen incendios para cambiar su ambiente, algo que hacían también los indígenas de Norteamérica. Por su lado, los pobladores del Amazonas, contribuyeron a diseminar las especies que prefieren y a exterminar a aquellas para las que no encuentran utilidad.
Para el investigador, la idea de que hay zonas de la Tierra donde no ha habido humanos o que no han sido modificadas por nosotros es, digamos, bastante falsa: “Es muy raro que ocurra”, dice, y agrega:
“Algunas de estas civilizaciones han mantenido ecologías que desde nuestra perspectiva moderna e industrial son naturales. Así que cuando hablo de la influencia humana, no necesariamente es una cosa mala”.
África, ejemplo de convivencia
La cuna de la humanidad, África, “ha sido diferente a cualquier otro lugar”, explica Ann Horsburgh, una de las arqueólogas que participó en el estudio, “porque el pastoreo de animales se dio antes que los cultivos, hasta por un par de miles de años. En el resto del mundo primero fueron los cultivos y el pastoreo fue una actividad secundaria”.
Horsburgh, investigadora de la Southern Methodist University, se especializa en buscar patrones de ADN en los animales domésticos, así que ha podido identificar los restos de los animales que se han encontrado en el registro arqueológico, y averiguar desde dónde llegaron hasta ahí. Así que puede añadir:
“Lo curioso es que todos los animales domesticados, con la excepción de los burros, fueron llevados a África desde otras regiones”.
Otro factor que hace a África muy distinta del resto del mundo es que hasta la actualidad ha habido una presencia significativa de los cazadores recolectores”. E incluso, en muchas áreas de este continente, los cazadores recolectores comparten la tierra con los pastores y no muy lejos de ahí viven los granjeros.
“Estas tres formas de ganarse la vida siguen existiendo hasta la actualidad. Eso no sucede en otro lugar del mundo”.
Si a esto añadimos que se mantuvo una fauna con animales de gran tamaño, se puede decir que África es un ejemplo de convivencia a todos niveles.
América, peculiar a su manera
El caso América, el continente que más tardó en recibir poblaciones humanas, es muy diferente. En particular en México y Mesoamérica donde, a diferencia de la región andina, no hubo pastoreo.
Los primeros ensayos americanos con la agricultura datan del año 7000 AC, con las primeras evidencias del cultivo del teozinte, el ascendiente del maíz, en la zona central de México. En la zona maya empezó mucho más tarde, hay evidencias de que en año 700 AC ya había agricultura, explica la arqueóloga Nayeli Jiménez Cano, de la Universidad Autónoma de Yucatán y la única presencia mexicana en el estudio.
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Aunque en Mesoamérica hubo una agricultura cuidadosa y capaz de domesticar alrededor de 200 especies que ahora forman parte fundamental de dietas en todo el mundo, también se practicó uno de los métodos agrícolas más agresivos con el ambiente, el de roza, tumba y quema: tumbar bosque, quemar la superficie para que la tierra se enriqueciera, dejar reposar un tiempo y sembrar.
Ese modelo agrícola agota la tierra rápidamente y, junto con los conflictos políticos y sociales y los incendios que se producían en un ambiente degradado, parece estar entre las causas determinantes de que grandes ciudades como Chichén Itzá o Teotihuacan estuvieran deshabitadas cuando llegaron los españoles.
La lección del Pacífico
Así, después de 12 mil años y con el acelerón de la revolución industrial, ya tenemos la emergencia climática encima, con nevadas, olas de calor, incendios y tormentas récord todos los años. Ahora, el Domesday Book pareciera, más que nunca, hacer honor a su nombre y ser una suerte de aviso del Día del Juicio Final… O ¿tal vez el Globe Project Archaeology indica otra cosa?
Mark McCoy, también de la Southern Methodist University, estudia las islas del Pacífico. Estas islas han tenido una aportación mínima a los gases de efecto invernadero, y sin embargo sus habitantes son los que están en mayor riesgo de padecer las devastadoras consecuencias de la emergencia climática.
“Muchas de las islas van a tener que ser abandonadas. Ojalá no fuera cierto, pero las predicciones indican que van a ser inhabitables en el futuro cercano”, explica McCoy.
Ahí, donde la amenaza es mayor, está la verdadera lección: “Si ves la historia de la zona, en especial de la Micronesia, verás que en las islas existen toda suerte de conexiones familiares. Cuando llega una tormenta y hace inhabitable alguna de las islas, puedes ir a quedarte con tus vecinos mientras se recuperan los cocoteros y las cosechas”, explica McCoy.
“Creo que esto nos habla de lo importante que es que estemos conectados, que encontremos soluciones en conjunto. Tengo la esperanza de que seremos capaces de reaccionar con humanidad”, agrega.
Y, bueno, la realización de este multitudinario estudio “diagnóstico” del clima del Antropoceno puede calificar como un buen principio hacia la solución.
La versión original de este reportaje se publicó en el semanario Eje Central del jueves 12 de septiembre de 2019 y en su sitio web el domingo 15.