En el lago de Pátzcuaro, en Michoacán, hay una especie de salamandra muy particular.
Solo hay cuatro en el mundo de su tipo, todas ellas originarias de México, y tienen una característica extraordinaria: pueden regenerar su cuerpo completito, incluyendo órganos internos, corazón y sistema nervioso. El más famoso de estos animales es el ajolote de Xochimilco. La especie de Pátzcuaro se llama achoque, y aunque está en peligro de extinción, hay toda una comunidad tratando de salvarla.
“Ese no es achoque es sirena”, dice Maximiliano Ponciano Pérez, pescador de Tzintzuntzan, Michoacán, y a continuación cuenta la leyenda de la lagartija que se metió al lago y se hizo sirena.
“Por eso tiene el cabellito igual como la sirena… se le va el agua y se le va tendiendo el cabello hacia los laditos”.
A Tata Maximiliano le ha tocado ver de primera mano cómo ha cambiado la población de achoque a través de los años en el Lago de Pátzcuaro, desde que era un manjar que se preparaba “con bastante recaudo, cebolla, jitomate, y hasta un chile perón” (así es como el lo prefería) hasta la actualidad, cuando existe sobre todo en cautiverio y la población en libertad se estima en unas cuantas decenas.
Tata Maximiliano no le echa la culpa de este fenómeno a los pescadores, sino a la introducción de una especie ajena al lago, las carpas. “Acabó con todo, la carpa. Según lo hicieron para acabar con el lirio, pero nunca fue cierto. Al contrario, perjudicó”.
La reportera Lucina Melesio fue Michoacán a cubrir para Los INTANGIBLES la historia del achoque, de los biólogos que estudian sus poblaciones en el lago y de los que tratan de reproducirlos en cautiverio; de la Red Achoque, una comunidad de apoyo para preservar al animalito; de las monjas que hacen el famoso jarabe de achoque, el cual tiene una multitud de supuestos poderes curativos. El documental que hizo está en Youtube; en este texto retomamos solo algunos de los datos más básicos.
El achoque, siempre joven
La palabra achoque, viene del Purépecha achójki; así como el nombre de su primo xochimilca, el ajolote, viene del Náhuatl axolotl. Por su parte, los nombres científicos de estas especies revela que están muy relacionadas: ambas pertenecen al género Ambystoma, la de Pátzcuaro es A. dumerilii y la de los lagos de Xochimilco y Chalco es A. mexicanum.
México es especialmente rico en ejemplares de Ambystoma, de las 32 especies que tiene el género, 18 se encuentran en México, 16 de ellas se encuentran solo en México (es decir, son endémicas) y cuatro de ellas, como el achoque y el ajolote, son especiales.
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Además de la capacidad de regeneración, el achoque tiene otra característica biológica poco usual: es capaz de reproducirse en estado larvario; es decir, sin haber alcanzado el estado adulto, es como si unos renacuajos se reprodujeran sin tener que convertirse en ranas adultas.
De hecho, a los ambystomas adultos en general se les conoce como “salamandras topo”, porque pasan la mayor parte de sus vidas enterradas; pero el achoque y el ajolote no llegan a ser salamandras adultas, adquieren la madurez sexual y se reproducen en su etapa juvenil y acuática. A ese fenómeno se le llama neotenia.
Ollin Ramírez, investigadora del Centro Regional de Investigación Pesquera en Pátzcuaro (CRIP), le explicó a Lucina que solamente cuatro especies de salamandras en el mundo son neoténicas. Además de A. mexicanum y A. dumerilii, las otras dos son A. andersoni, a la que también se le dice achoque y habita en la laguna de Zacapu, en Michoacán, y A. taylori o ajolote de Alchichica llamado así porque vive en el lago-cráter de Achichica, un cuerpo de agua salada en el estado de Puebla, lo que la hace aún más inusual.
Lo limitado de su distribución y la contaminación y desecación progresiva de sus lagos han hecho que las cuatro especies de achoques y ajolotes se encuentren en peligro de extinción. El biólogo Luis Escalera, de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, le comentó a Lucina que el achoque de Pátzcuaro se creía extinto en estado salvaje hace un par de años, pero él y su equipo lograron localizar una población al norte del lago que debe tener alrededor de 30 individuos. En el documental alcanzamos a ver que capturan a algunos de ellos para medirlos.
El gran poder curativo del achoque
En el reportaje de Lucina se percibe que existe una relación cercana y emotiva entre los pobladores locales con el achoque, en especial la de los Tatas (apelativo respetuoso y afectivo que se da en Michoacán a las personas mayores) Maximiliano y Pedro.
Para los Purépechas, el achoque era parte de su medicina tradicional, explica Pedro Gabriel Reyes, artesano de Jarácuaro, Michoacán.
“En aquel tiempo, aparte de que la gente lo comía y era muy sabroso, tenía propiedades curativas. Cuando, por ejemplo, un niño se sentía muy desmayado, muy desnutrido, digamos que no tenía ganas ni de caminar… ehhh, pues, a ese niño se le bañaba con sangre de achoque, ¿no? Y tal parece que sí funcionaba”, dice Tata Pedro.
El artesano no está solamente añorando el pasado y las viejas recetas y creencias, está preocupado y trabajando con su comunidad para ver cómo pueden rescatar la vida del lago de Pátzcuaro. El rescate del achoque es un símbolo de esta lucha.
“Porque no solamente estamos hablando de la recuperación de esta especie; también estamos hablando de cómo emplear a nuestra gente, de cómo hacer que nuestra gente obtenga un poco de recurso, y estamos hablando de familias. Hay mucha gente que se dedica a la pesca, que no tiene otra cosa que hacer”.
Aunque afirman que el gobierno no los ha apoyado, la lucha no está perdida ni falta de esperanza. En el documental de Lucina vemos que ya encontraron achoques salvajes en el lago, que incluso los pueden capturar en temporada baja y que hay casos muy exitosos de cría en cautiverio (más de pobladores locales que de biólogos, por cierto).
Ojalá no tarde mucho en llegar el momento en que sea posible ir a Pátzcuaro y poder probarlos “con bastante recaudo, cebolla, jitomate, y hasta un chile perón”, eso significaría que hay una población sana de achoque, que el lago está más limpio y que los pescadores pueden vivir de lo que pescan en él, tal como lo recuerda el pescador Sergio Esquivel:
“Mi papá sacaba muchos, sacaba por cubetas… los vendía por docenas… antes era lo que más había. Hubo un tiempo que ponías las redes y casi todo lo que se atoraba era puro achoque”.