La pandemia de influenza de 2009 dio pie a Singapur para refinar su modelo de combate epidemiológico; en México no entendimos la lección
A finales de 2009, pocos meses después del pico de la pandemia del virus de la influenza A(H1N1), cuando el entonces jefe de gobierno de la Ciudad de México y actual Secretario de Relaciones Exteriores Marcelo Ebrard hizo entrega del premio de Ciencias Heberto Castillo, comentó que se mandaron las muestras del virus a Atlanta porque aquí no existía el equipo necesario para analizarlo.
Esto era falso. En diversos labortorios de la UNAM, el IPN y el Instituto Nacional de Medicina Genómica se tenía la tecnología para secuenciar genomas de virus. De hecho, al menos una de las personas que recibió el premio Heberto Castillo la tenía en su laboratorio. De lo que evidentemente carecía México era de la coordinación y organización necesarias para que el sistema de investigación, en conjunto con el gobierno, reaccionara de manera pronta y adecuada ante una emergencia.
Marcelo Ebrard ofreció entonces construir un sistema de reacción para las emergencias epidemiológicas, al menos a nivel de la ciudad de México. No lo hizo, pero habría sido inútil, el esfuerzo tendría que haberse dado a nivel federal y el entonces presidente Felipe Calderón no ofreció algo equivalente.
Han pasado casi 11 años y, como lo evidencia a cada día la epidemia Covid-19, seguimos sin tener capacidad de reacción a nivel de investigación y tecnología; tenemos aun menos capacidad que en salud pública, que ya es mucho decir.
A nivel federal existe el Centro Nacional de Programas Preventivos y Control de Enfermedades (Cenaprece), órgano desconcentrado de la Secretaría de Salud que contempla acciones de política pública pero no de investigación; además, los programas que “presume” en su página de internet son de 2013-2018.
También existe la Red Nacional de Laboratorios de Salud Pública, pero se trata de laboratorios de ensayo y calibración, no de investigación; además están algunos Laboratorios Nacionales que organizó Conacyt en la administración pasada, pero estos son solo de investigación y no de reacción ante emergencias.
Dicen que las comparaciones son odiosas, pero cuando está en juego la vida y el bienestar de las personas, no está de más compararnos con un modelo del cual podríamos aprender mucho, tanto en salud pública como en investigación.
Singapur, el caso opuesto
Mucho se ha hablado en estos días de la eficacia de Corea de Sur para afrontar al Covid-19; pero es solo el caso más notable (porque tuvo el número más alto de contagios iniciales) de los países asiáticos que adoptaron medidas amplias y estrictas.
El caso más fácil y atractivo de analizar es Singapur, pues se trata de una ciudad-estado con 5.6 millones de habitantes, y su actual sistema se remodeló tras la pandemia de A(H1N1) que se dispersó desde México, y lo hicieron con tal éxito que con el Covid-19, a pesar de su cercana relación con China, de los 166 casos que tenían al 11 de marzo ninguno había fallecido.
Entre 2002 y 2003, en Singapur murieron 33 personas debido a la pandemia del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS, por su sigla en inglés), el primer coronavirus que se hizo notar a nivel mundial y que también se originó en China debido al comercio de vida salvaje. Esto llevó a las autoridades singapurenses a modificar su sistema de salud para preparase ante las epidemias, pero unos años después, cuando les llegó el A(H1N1), pudieron ver que no había sido suficiente.
Entre mayo y septiembre de 2009, se estima que al menos 270 mil personas se infectaron con el virus de influenza A(H1N1) en Singapur. La tasa de hospitalización fue de 0.6 por ciento; la de enfermedad grave, 0.03 por ciento, y la de mortalidad 0.0067 por ciento. Es decir, de los 270,000 infectados murieron 18 en ese periodo, que fue el más agudo.
A pesar de que esa tasa de mortalidad fue unas cien veces menor a la que actualmente tiene Corea del Sur con el Covid-19, Singapur volvió a remodelar su sistema: instituyó controles y protocolos de viaje para identificar a las personas enfermas y a las que habían estado en contacto con ellas, además de implementar medidas estrictas de distanciamiento social, como cancelar eventos, cerrar escuelas y decirle a la gente que se quedara en casa.
En cuanto se supo del Covid-19, Singapur, que además tiene un gobierno autoritario, puso en marcha estas medidas de manera muy estricta; pero no fue lo único.
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Detección fina del Covid-19
Singapur, además de sus políticas en salud pública, tiene un fuerte sistema de investigación y desarrollo que le permitió ser pionero en la detección fina del SARS-CoV-2 (que es el nombre del virus que causa la enfermedad Covid-19), la cual, a su vez, les permitió reconstruir con certeza la historia del virus.
El primer enfermo diagnosticado con Covid-19 de Singapur fue el de un hombre de 28 años que cayó enfermó el 29 de enero. El ministerio de salud lo tenía ubicado pero no podía saber dónde había contraído la enfermedad ni quienes más la tenían sin presentar síntomas. Sabían de una reunión de la iglesia Reunión de la Gracia de Dios que había sucedido el 25 de enero y en la que encontraron otros 25 casos, pero no sabían cómo ni cuándo había llegado ahí el Covid-19.
La forma de detección del virus responsable de la enfermedad Covid-19, el SARS-CoV-2, más fácil de elaborar y que está a la venta, detecta el material genético del virus tras “amplificarlo” gracias a la llamada reacción en cadena de la polimerasa (PCR, por su sigla en inglés).
Estos tests tienen la limitante de no poder detectar el virus si éste ya no se encuentra en los fluidos corporales que se analizan; es decir, con este método no hay forma de detectar a alguien que estuvo infectado pero su sistema inmune combatió con eficacia la infección y la eliminó.
Sin embargo, investigadores de la Escuela de Medicina Duke-NUS (una colaboración entre la universidad estadounidense Duke y la Nacional de Singapur) desarrollaron una herramienta de detección más fina, ya que localiza anticuerpos que el propio sistema inmunológico de la persona infectada genera ante la presencia del virus y que permanecen aún después de que éste fue eliminado (esta es la base de la inmunidad posterior, que con este virus no parece funcionar en todos los casos).
Con esta herramienta, y gracias a que había muy pocos infectados, se pudo reconstruir la historia completa del SARS-CoV-2 en Singapur, desde llegó al país el 19 de enero transportado por visitantes de Wuhan que atendieron a otra pequeña congregación religiosa, de la Iglesia de la Vida y sus Misiones. Más aún, se pudo detectar, siguiendo los contactos de quienes habían estado infectados aun sin percibirlo, a las personas que había que poner en cuarentena preventiva.
Así, el 26 de febrero en la ciudad-estado había 93 casos confirmados y 2,848 en cuarentena preventiva de dos semanas.
Por qué México no puede hacer lo que Singapur
En México, la mayoría de los investigadores están empleados en las distintas universidades del país, aunque sobre todo en la capital y en universidades públicas, con la notable excepción del Tecnológico de Monterrey; sin embargo, su sueldo depende menos de su universidad que del Sistema Nacional de Investigadores (SNI); además, para financiar sus proyectos dependen del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).
Dado que el SNI depende del Conacyt, que la mayor parte de los investigadores que no están contratados en las universidad lo están en centros Conacyt y dado que casi no se hace investigación en el país con dinero privado, el sistema está profunda y enfermizamente centralizado en Conacyt, con lo cual hay poca atención a las necesidades y prioridades de los estados y hay poca autonomía de investigación.
Para colmo, el dinero de Conacyt para investigación es, por decirlo de alguna manera, torpe y lento, no solo porque tarda en llegar sino porque se tiene que destinar precisamente a aquello para lo que se pidió. Esta falta de agilidad es perjudicial para las actividades de investigación y desarrollo, en las que suele haber imprevistos y muchas cosas no se pueden planear por adelantado, pero es absolutamente inútil cuando hay una emergencia.
Además de torpe, es poco:
A finales de enero, cuando se hizo evidente que la epidemia del Covid-19 era peligrosa, incontenible y se convertiría en una pandemia, la Unión Europea hizo un llamado para que se presentaran proyectos de investigación y desarrollo sobre el Covid-19. En estos momentos, tienen un fondo de 47.5 millones de euros con el que financiarán 17 proyectos, en los que están involucrados 136 equipos de trabajo, para desarrollar vacunas, tratamientos y sistemas de diagnóstico contra el SARS-CoV-2.
Por otra parte, la industria farmacéutica europea se comprometió a hacer un esfuerzo similar pero de 90 millones de euros. Así que la inversión total será de unos 150 millones de euros, es decir, unos 3,600 millones de pesos. Sin contar con lo que invierta cada país.
Por su parte, Bill Gates ofreció 60 millones de dólares (unos 1,300 millones de pesos) con los mismos propósitos. En comparación, los empresarios mexicanos compraron “cachitos” para la rifa de un avión simbólico que se esperaba sería la salvación del golpeado sistema de salud pública y Conacyt destina 500 millones de pesos para todos los proyectos en todas la áreas de la ciencia, además de que no ha hecho un solo pronunciamiento sobre el Covid-19.
Mejores deseos
A estas alturas, es bastante evidente que México no solo no va a poder reaccionar ante el Covid-19 como Singapur sino que difícilmente va alcanzar a Perú, donde empezarán a aplicarse las medidas de urgencia este jueves 19 de marzo y donde destinarán un bono de protección de 380 soles (2,460 pesos) para las familias más desfavorecidas durante el periodo de aislamiento de 14 días.
Así, lo más probable es que el Covid-19 tenga un impacto profundo en la salud y las finanzas de México debido a problemas sistémicos que hemos padecido desde la Colonia y que, si bien no fueron causados por la nueva administración, sí fueron, en diversos sentidos como el desabasto de medicamentos, agravados.
Como país, nuestra capacidad de respuesta es limitada; ojalá que como mexicanos, cada uno de nosotros, logre hacer bien lo único que podemos hacer: reducir al máximo la posibilidad de contagio.
Y esperemos que, pase lo que pase, ahora sí nos sirva de lección.