La invención de las vacunas y la idea de que lavarse las manos ayuda a prevenir enfermedades están no tan casualmente relacionadas…
En 1796, James Pipps tenía apenas ocho años cuando al médico rural Edward Jenner se le ocurrió la idea de inyectarle pus de vaca… Bueno, tal vez no fuera la pus tal cual, sino el líquido que se genera en las vesículas de las vacas con viruela bovina, pero por brevedad la llamaremos pus de vaca.
Jenner no trató de esta manera al niño por pura maldad, sino porque estaba haciendo un experimento basado, primero, en su experiencia personal al haber sido él mismo “variolizado” en su infancia durante un brote viruela.
El registro más antiguo de variolización es del siglo XV, en China, y es un técnica que se basaba en la observación de que la viruela se padecía una sola vez en la vida; quienes no morían a consecuencia de la enfermedad, no volvían a padecerla, quedaban inmunes.
La variolización consistía en hacerle una herida al paciente y poner en ella el contenido purulento de una vesícula de algún enfermo de viruela, pus de humano virulento. Acto seguido, los pacientes era puestos en cuarentena con la esperanza de que padecieran la enfermedad y sobrevivieran. De esta manera, se evitaba que un brote de viruela se convirtiera en una epidemia.
La idea de la variolización fue llevada a Inglaterra desde Turquía por Lady Mary Wortely Montagu en 1721, después de que ella inmunizara a su hijo de cinco años de esta manera.
Los médicos ingleses no tardaron muchos años en apropiarse de la técnica; para finales del siglo XVI, pacientes y médicos de toda Europa iban a Inglaterra a variolizarse o a aprender la aplicación de la técnica.
La segunda base que tuvo Edward Jenner para su experimento com Pipps fue su observación de que las mujeres que ordeñaban vacas tenían una menor incidencia de viruela; supuso entonces que la viruela bovina tal vez confería una cierta protección contra la viruela humana.
Y así fue. Cuando, un mes después de ser inoculado con pus de vaca, el pequeño Pipps fue inoculado con pus de ser humano, no tuvo el más mínimo síntoma de viruela.
Inmunes a la viruela
Las vacunas (cuyo nombre se debe a las vacas) de Edward Jenner detuvieron por fin las fatales epidemias de viruela, la cual llevaba alrededor de 10 o 12 mil años enfermando seres humanos, pues es un virus que muy probablemente “brincó” de las reses a los humanos desde el principio de la domesticación.
Pero fue el francés Louis Pasteur quien, casi un siglo después, sistematizó la creación de vacunas.
A falta de una versión leve de otras enfermedades, a Pasteur se le ocurrió la idea de atenuar artificialmente la virulencia del patógeno, ya fuera dejándolo envejecer o calentando los cultivos.
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En mayo de 1881, Pasteur mostró la eficacia de su invento con una serie de experimentos realizados en público… Y tuvo la delicadeza de no hacerlo con niños sino con diversos animales como reses, cerdos y aves.
A lavarse las manos
No es casualidad que Sarah Jenner, cuyo octavo hijo fue el Edward que sería el pionero de las vacunas, muriera de fiebre puerperal después de dar a luz a su noveno hijo. Este mal, al que también se llamaba “fiebre de parto” hacía que alrededor del 20 por ciento de los partos en el siglo XIX tuvieran un final similar.
A mediados del siglo XIX, el médico Ignaz Semmelweis se dio cuenta de que en el Hospital General de Viena era mucho más probable que las mujeres contrajeran este mal cuando las atendían los médicos que cuando las atendían parteras; como las parteras solo atendían partos, supuso que los médicos llevaban la enfermedad desde sus otras actividades.
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Semmelweis documentó, analizó y publicó sus observaciones en 1861 en el libro De la etiología, el concepto y la profilaxis de la fiebre puerperal… Y fue un fracaso, incluso fue motivo de ataques en su contra.
Aunque ahora la técnica que propuso a partir de su estudio, “lavarse concienzudamente las manos”, nos parece evidente, a mediados del XIX no lo era. Muchos médicos se ofendieron por la insinuación de que eran ellos los transmisores de la enfermedad.
El problema era, por un lado, que Semmelweis tenía el remedio pero no la explicación de por qué funcionaba; la otra parte era que en la época se seguía teniendo la concepción medieval, que venía al menos desde la Grecia del siglo V, de las enfermedades: se creía que venían del propio enfermo, del desequilibrio de sus humores y procesos, no de agentes externos.
Una vez más tuvo que llegar Louis Pasteur. Su teoría de los gérmenes permitió explicar por qué era importante lavarse la manos.
Se considera que la viruela fue erradicada en 1980, se conservan algunas muestras del virus que la ocasiona.
Moraleja actualizada
La biomedicina ha avanzado tanto que, después de que pasamos toda la historia de la civilización sin saber que existían los gérmenes, ahora a menos de tres meses de iniciada la epidemia de Covid-19 no solo podemos ver imágenes de microscopía electrónica de barrido del virus SARS-CoV-2, sino que podemos tener, por ejemplo, un modelo preciso de la proteína que podría usarse de blanco para medicamentos, el cual, publicado por la revista Science, se encuentra accesible y disponible de manera gratuita para todo el mundo.
Sin embargo, en materia de salud pública, la rama de la medicina que es una ciencia social, no hemos avanzado de la misma forma y sus modelos, propuestas y resultados carecen de la credibilidad que tienen los de la biomedicina…
No podría demostrarlo, pero sospecho que la solución en buena medida depende de que logremos concebir a la comunicación de las ciencias y del conocimiento como una especie de “higiene social”, sería tal vez el equivalente social de lavarnos las manos.
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Una versión previa y más extensa de esta nota fue financiada y publicada por el semanario Eje Central el 10 de febrero de 2020.