Sin vacunas ni medicamentos, nos enfrentamos a Covid-19 como los hicimos durante milenios ante una multitud de enfermedades… Ahora, en cierto sentido, estamos un poco más indefensos.
Entre la incalculable cantidad de divinidades del panteón hindú, hay una diosa bastante menor pero que en cierta forma es más relevante que el sabio Vishnú y su muy reconocida encarnación Krishna; que Hanuman, el dios virtuoso que es mucho más que su representación como mono, o que Ganga, la diosa del gran río sagrado.
Esta diosa se llama Shitala y no tiene poder alguno sobre lo que sucede en este mundo; pero cuando duerme, su sueño es, precisamente, este mundo que habitamos.
Antes de que abandones este texto, te pongas a buscar en la wikipedia y encuentres que lo que acabas de leer no es del todo cierto y que Shitala es solo la diosa de la viruela (una enfermedad viral, por cierto), déjame contarte de dónde viene esta concepción de ella y por qué es válida y hasta necesaria…
Kali o la madre desbocada
La versión de Shitala que presento me la contó el antropólogo Agustín Pániker para explicarme por qué llamó a su libro El sueño de Shitala, y añadió que Shitala, aunque es de origen hindú, tiene seguidores en otras corrientes espirituales de la India…
Como esto, para quienes crecimos en países de tradición judeo cristiana, puede parecer un sinsentido, hace falta explicar algunas cosas. La primera es que la hindú no es una religión como estamos acostumbrados a entenderla. Por un lado, tiene montones de dioses, algunos incluso tomados de otras tradiciones.
Más que politeísmo, “preferiría llamarlo pluralismo mitológico o, aun mejor, hospitalidad teológica”, escribe Pániker en el libro.
Por otro lado, las creencias hindús no tienen un canon, ni un libro (el Veda solo es relevante para algunos), ni un conjunto de reglas, ni una iglesia consolidada que le dé estructura; es más, es la única gran religión en el mundo que no reconoce a un fundador como pudieran ser Jesucristo, Moisés, Muhammad, Buddha, Zarathushtra…
Todo esto hace que las historias, atribuciones, advocaciones y demás elementos de las divinidades varíen enormemente en el tiempo, las regiones y entre las personas. Por lo que no se puede decir que hay una Shitala sino muchas. La que yo entendí de lo que dijo Pániker es una… Y debo confesar que la que realmente describe en el libro es otra.
Shitala no es la viruela, la viruela es una advocación de Shitala. En India, las enfermedades, en especial las epidémicas, reciben nombres de diosas, las cuales a su vez son similares o, quizá, advocaciones de Kali, la diosa que se asocia a la sangre y la muerte y que entre sus adornos usa un collar con las cabezas de sus hijos y aretes de bebés.
“Parece como si la diosa representara a la misma Naturaleza en su costado hambriento y desbocado, cual Madre que devora a sus propios hijos… Kali no solo es una imagen de lo femenino, sino que lo es en particular de lo maternal. Y en lo más profundo, la vida y el nacimiento están siempre ligados a la muerte y la destrucción”.
Esta perspectiva hace pensar que si los hindúes tuvieran un solo dios, sería en realidad una diosa: Kali.
Aunque la enfermedad pueda ser vista como una manifestación o posesión de la diosa, también lo son su ausencia, o sea la salud y la compasión por el enfermo. Shitala a menudo se opone a Jvarasura, el demonio de la fiebre y a veces actúan en conjunto.
En el hinduismo -explica Pániker- las diosas no son buenas ni malas, son destructoras y protectoras a la vez, “su juego o, si se prefiere, su sueño, da forma a eso que llamamos Vida”.
En la India de los años 70 (apenas un instante para Shitala, quien debe tener al menos 3,000 años) la viruela pasó de ser una de las enfermedades más devastadoras del mundo a estar completamente erradicada. Las vacunas se aplicaron en el siglo XX siguiendo los antiguos rituales, pero actualmente ya no se aplican porque no son necesarias; aun así, el culto a Shitala sigue. Esta diosa ya no tiene poder en el mundo real, pero su sueño sigue siendo la Vida.
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Asclepio o el veneno que sana
La bella Corónide fue amante del dios Apolo, a quien no tardó mucho en “traicionar” con un apuesto joven que, pues, pasaba por ahí. Apolo, dolido, no hizo más que maldecir al cuervo blanco que le avisó de la traición (y desde entonces los cuervos son negros); fueron las flechas invisibles de Artemisa, hermana de Apolo, las que acabaron con la vida de Corónide.
Al ver la pira funeraria, Apolo tuvo un gesto de amor.
En medio de una luz cegadora, “algunos alcanzaron a ver entre las densas bocanadas de humo que subían al cielo, a una imponente figura arrancar al niño de las entrañas muertas de su madre y ascender hacia las nubes con su hijo en brazos” diciendo las palabras “el que manda la muerte, da la vida”, según nos cuenta Jacobo Siruela en El mundo bajo los párpados.
Siruela añade que “otra fuente” asegura que fue Hermes, otro dios, quien salvó al niño de las llamas. Y es que los dioses griegos y sus mitos relacionados son otro cuerpo religioso de gran diversidad, pues no había sacerdotes dictando reglas sino que las historias de los dioses eran elaboradas, cambiadas y detalladas por los poetas, inspirados por las musas; lo cual no hacía menos reales a los dioses, pero sí más cercanos.
Haya sido como haya sido, lo cierto (o no tanto) es que el hijo de Apolo, Asclepio, llegó a ser un médico de enorme sabiduría gracias a la tutoría del centauro Quirón y a la sangre de Medusa, que le regaló Atenea.
La mayor parte de las personas que entraban en poder de la sangre de la gorgona la usaban para matar, pero Asclepio lo usó para curar; sin embargo, llegó al extremo de resucitar cadáveres. Ante esta imperdonable transgresión, Zeus no tuvo más remedio que matarlo; acto seguido, como Asclepio era hijo de dios, le concedió la inmortalidad.
Esta breve selección de chismes divinos tiene la intención de mostrar que en la cultura griega también se aceptaban las dicotomías como parte natural de la vida. Las palabras de Apolo al salvar a su hijo, la figura a la vez salvaje y civilizada de Quirón, el poder de matar y curar de la sangre de Medusa, la muerte de Asclepio seguida de la inmortalidad de alguna manera son símbolos de esas dicotomías.
“El significado de la medicina griega se puede sintetizar en este enunciado homeopático sobre la secreta ley divina de la naturaleza: lo que mata cura, lo que cura mata”, escribió Siruela.
La otra dicotomía que para ellos era una unidad es la que existe entre la mente y el cuerpo; que no tiene mucho que ver con lo que ahora distinguimos como salud mental y física, porque en los mundos poblados de dioses, la mente incluye la espiritualidad.
La relevancia de Asclepio, a quien se representaba apoyado en un bastón en que se enrollaba una serpiente, era enorme. Se han identificado unos 320 templos dedicados a él; el más importante, el de Epidauro, donde se supone que nació entre las llamas, es un templo circular construido entre 380 y 370 aC y es el eje de todo un conjunto arquitectónico.
Sobre lo que ocurría en ese templo han sobrevivido dos descripciones in situ. Se hacían “incubaciones”, palabra que significa “dormir en el santuario”. Curas de sueño, que probablemente se parecían a las que, se sospecha, se llevaron a cabo en el antiguo Egipto.
Hay, además, testimonios externos de figuras como Sófocles, Aristides o el emperador romano Marco Aurelio que aseguran haberse curado en su visita a un templo de Asclepio.
Evaluar la validez de estas terapias oníricas desde una modernidad en la que existe la medicina científica pudiera ser una mera curiosidad. Pero la lección de Asclepio, que solía aparecer en el sueño de los durmientes acompañado de sus hijas Higía, cuyo nombre significa salud y es el origen de la palabra “higiene”; Panacea, “la que todo lo sana”, o Yaso, “curación” puede tener aún relevancia. Y ante Covid-19, más.
Saint-Denys, o la manipulación del sueño
Los dioses estuvieron prácticamente “a cargo” de las enfermedades de la humanidad durante casi toda nuestra historia. Shitala fue la primera en abandonar ese reino, con las vacunas que inventó Edward Jenner en 1796. Otras enfermedades tuvieron que esperar a que Ignaz Semmelweis inventara la técnica de lavarse concienzudamente las manos en 1861 y a que Louis Pasteur inventara, en 1881, las vacunas como se usan ahora, hiciera la teoría de los gérmenes como responsables de las enfermedades y diera inicio formal a la medicina científica.
En el terreno onírico, esta aproximación llevó a la publicación en 1899 de La interpretación de los sueños de Sigmund Freud, que cambió la historia del conocimiento pero estuvo lejos de ser en verdad científica o espiritual.
Por otro lado, Piotr Demiánovich Ouspenski, tratando de hacer observaciones científicas sobre sus propios sueños, descubrió lo que podría llamarse el “principio de incertidumbre onírico” 20 años antes de su equivalente en física cuántica: la observación transforma lo observado. Destaca también el neerlandés Frederik Willem van Eeden, quien hizo observaciones científicas sobre 500 de sus propios sueños y llegó a clasificarlos en nueve tipos distintos.
Pero el máximo exponente de los onironautas científicos, cuenta Jacobo Siruela, fue el marqués d’Hervey de Saint-Denys, quien literalmente trabajaba dormido en un enorme esfuerzo no solo por entender los sueños, sino en ser capaz de controlarlos.
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Esta ruta de exploración ha conducido a que, por ejemplo, en el laboratorio de los sueños del MIT se esté desarrollando un dispositivo wearable llamado Dormio que permitirá al usuario tener control sobre sus propios sueños. Para ello, repite durante ciertas etapas del sueño una palabra pregrabada.
Esta técnica de inducir el sueño se usaba también en los templos de Asclepio, pero la forma de usarla en la actualidad parece ir en contra de los beneficios que nos puede dar el sueño… beneficios a los que podríamos llamar divinos.
Dormir ayuda a combatir padecimientos de salud mental como el estrés, la depresión y la ansiedad. Y lo que la tradición espiritual milenaria enseña es que esto se logra abandonando la ilusión absurda de controlar lo que nos rodea y a nosotros mismos, la falsa sensación de omnipotencia que nos ha dado la modernidad.
El sueño es el mejor campo de entrenamiento para abandonar la ilusión del control. Es el mundo que creamos cada noche, que es nuestro, pero sobre el que no tenemos poder.