La pandemia no ha permitido poner atención a una noticia que a la larga probará ser hasta más importante que covid-19
Esta historia podría comenzar hace 150 años, a finales del siglo XIX, en 1930 o durante la Guerra Fría, cuando después de que los rusos lanzaron el Sputnik se creó Jason, una organización secreta de brillantes científicos estadounidenses; pero será mejor empezarla el 20 de junio de 2020, cuando en Verjoyansk, Siberia, se registró una temperatura récord de 38 grados centígrados.
Este pico de temperatura en la población ubicada dentro del Círculo Polar Ártico, sucedió en medio de una prolongada ola de calor que inició con el año 2020 y ha mantenido una temperatura promedio 5° C por arriba de lo que es usual en Siberia para la época del año; también ha habido un importante aumento en incendios forestales.
El pasado 15 de julio, un grupo de científicos publicó un informe en el que calculan que esta ola de calor en las inmediaciones del Polo Norte tiene 600 posibilidades contra una de ser debida a la acción humana.
OK: Eso no parece ser una buena noticia, pero lo es. Espero demostrarlo antes de terminar este texto.
El guapo Jasón
Hace unos 150 años, John Tyndall descubrió una propiedad curiosa del dióxido de carbono, que atrapaba el calor en la atmósfera (sí, el conocimiento del efecto invernadero es más viejo que el automóvil), pero no lo consideró relevante. Unos años más tarde, a finales del siglo XIX, el sueco Svante Arrhenius calculó que esa propiedad del CO2, dada la cantidad de combustibles fósiles que se estaban quemando, podría llegar afectar a toda la Tierra. En 1938, el ingeniero Guy Callender, se dio cuenta de que ya la estaba afectando…
No es extraño que nadie hiciera caso de esas señales de advertencia, pero lo que sucedió a finales de los 70 con una sociedad de científicos llamada Jason sí es raro.
No es que operaran en total secreto, pero casi; muy pocos sabían de la existencia de los Jasons hasta que la periodista Ann Finkbeiner los dio a conocer. En un artículo aparecido en la revista Science en 1991 cuenta que el grupo JASON (o los Jasons) se integró en medio de la guerra fría, en 1957, cuando Rusia puso en órbita el satélite Sputnik.
Fuera por el orgullo herido, que también condujo a la creación de la NASA, o por el temor de ser atacados desde el espacio, el hecho es que unos 45 académicos (sobre todo físicos) de mucho prestigio ofrecieron asesorar al gobierno de Estados Unidos en temas de seguridad y defensa. Y así lo hicieron, con financiamiento de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA).
Por cierto, el nombre de Jason fue sugerido por la profesora de matemáticas Arleen Goldberg, cuyo esposo, el físico Marvin Goldberg, fue uno de los fundadores del grupo. Arleen propuso que, en lugar de llamarse Project Sunrise, tomaran el nombre de Jasón, el héroe de la mitología griega que, como capitán de la nave Argos, se lanzó en busca del vellocino de oro y que resolvía los problemas con ingenio y no con fuerza bruta, que para eso estaban Hércules, Cástor y Pólux entre los argonautas…
Cabe añadir que, sin duda por la mentalidad de la época, a los Goldberg y el resto de los Jasons se les olvidó que no fue Jasón quien hizo el plan para conseguir el vellocino, que era custodiado por un dragón, ni para escapar de la furia del rey Eetes, dueño de la prenda; fue Medea, la hija de Eetes, quien enamorada de Jasón organizó y llevó a cabo la hazaña. (En su novela El vellocino de oro, Robert Graves insinúa que ser atractivo para las mujeres era la única virtud de Jasón).
En su libro Los Jasons, la historia secreta de la élite científica de la posguerra, Finkbeiner da una lista de las muchas contribuciones científicas que hizo el grupo; aquí sólo mencionaré el informe que rescatan los historiadores de la ciencia Naomi Oreskes y Erik Conway en Los mercaderes de la duda.
En 1977, tras una serie de sequías que causaron hambrunas sobre todo en Asia, el gobierno de EU solicitó a los Jasons que presentaran un informe sobre el futuro del clima global. La conclusión del grupo, dada dos años después, no difería de la que diversos climatólogos habían alcanzado desde antes: Duplicar los niveles de dióxido de carbono desde las 270 partes por millón que había en la época previa a la revolución industrial, resultaría en un aumento promedio de la temperatura de la superficie terrestre de 2.4 °C, y eso sería devastador para la agricultura a nivel mundial.
TAL VEZ TE INTERESE LEER: “La humanidad cambió el clima desde hace 4,000 años“, donde exploramos la añeja relación entre la agricultura y el medio ambiente.
De hecho, también en 1977, la Administración Nacional de Océanos y Atmósfera (NOAA) publicó una investigación, más completa, detallada y hecha por climatólogos, que advirtió que el cambio climático podría “tener consecuencias terribles para el futuro de la sociedad”, y sugería reducir las emisiones de CO2.
Como escriben Oreskes y Conway, “no era lo mismo que lo dijeran unos científicos a que lo dijeran los Jason”. Aun así, el gobierno de James Carter estaba pensando en invertir en una nueva forma de combustible fósil, por lo que pidió a la Academia Nacional de Ciencias que confirmara el informe de los Jason.
El Trío y la ciencia del engaño
Las maestras en el “arte” de usar algo parecido a la ciencia para engañar al público han sido las compañías tabacaleras. Su estrategia se puede resumir con tres frases: “No hay evidencia suficiente”, “Esa no es toda la historia” y “No todos los científicos están de acuerdo”.
TAL VEZ TE INTERESE LEER: “Lo que la industria alimentaria aprendió de la tabacalera“, donde contamos la historia de cómo se pudieron generar durante decenios dudas sobre los daños que provoca el humo de tabaco.
La noción del cambio climático, además, tuvo en contra al océano, que tiene la propiedad de poder absorber mucho calor sin experimentar grandes cambios de temperatura. Como consecuencia, ha retardado el calentamiento de la atmósfera y ha hecho muy difícil probar que ya estaba en marcha. Los Jasons, el NOAA y los climatólogos, desde los años 80, sabían que para el momento en que se pudiera probar sería muy tarde para detenerlo.
A cargo del comité de la NAS quedó William Nierenberg un físico nuclear, que hizo algunas cosas raras: una, no siguió la costumbre de revisar la investigación independiente realizada hasta el momento, sino que insistió en hacer nueva investigación y, dos, escogió cuidadosamente a los expertos que evaluarían la evidencia y a los investigadores que harían la nueva investigación.
El resultado fue que los expertos no se pudieron poner de acuerdo, ni siquiera para hacer el resumen ejecutivo, que no se hizo. El reporte, publicado en 1983, acabó siendo dos reportes: por un lado, los científicos naturales confirmaron la inminencia del cambio climático, su gravedad y la necesidad (que siempre señalan los científicos) de hacer más investigación.
Por el otro lado, los economistas (entre los que destacan Tom Schelling y William Nordhaus, escogidos por Nierenberg) hicieron los dos capítulos finales, donde señalaban las muchas fuentes de incertidumbre y coincidieron en la necesidad de investigar más, pero confiaron en que aún faltaba mucho tiempo para que el cambio climático fuera relevante y, con el argumento de que saldría más caro invertir en solucionar el problema en ese momento que cuando realmente se presentara, recomendaron esperar.
Pero no se sentaron a esperar, Nierenberg junto con otros dos físicos reconocidos, Robert Jastrow y Frederick Seitz (conocidos como El Trío), desde el Instituto Marshall, se dedicaron activamente a combatir la noción del cambio climático y al movimiento ambientalista.
A diferencia de los científicos contratados por las tabacaleras, no parece que El Trío haya actuado movido por un oscuro interés monetario sino por genuinas convicciones personales. Al menos esa es la conclusión de un análisis cultural realizado por Myanna Lahsen.
“Nierenberg y Seitz rechazan implícitamente la noción de que la naturaleza es frágil. Tampoco aceptan declaraciones de inminente apocalipsis ambiental”, escribió Lahsen.
“Son científicos de ‘alta resistencia’ cuando se trata de evaluar evidencias sobre amenazas ambientales”, explica Lahsen haciendo referencia a que exigían comprobaciones contundentes de que algo fuera una amenaza; por el otro lado, “los defensores de la preocupación por el cambio climático requieren pruebas de alto nivel cuando se trata de la seguridad ambiental; es decir, se suscriben al principio precautorio”.
Lahsen comenta que en su entrevista con Nierenberg, éste refutó la evidencia, ampliamente aceptada, sobre la protección que brinda el ozono estratosférico a la salud humana. “¿Sabe que no hay evidencia real de que el melanoma sea causado por la radiación ultravioleta tipo B?”, le dijo.
Cabe comentar que esa “evidencia real” solo se podría producir haciendo experimentos en los que se expusiera a un grupo de personas a la radiación UV-B y ver si desarrollan más cánceres de piel que quiénes no fueron expuestos. Es decir, la evidencia directa en estos casos requiere acciones que ningún comité de ética admitiría.
¿Y Medea? ¿vendrá?
Las cosas han cambiado.
Que el hemisferio norte no se calentara más que Sur, como pronosticaban los modelos, fue la primera objeción que ponía el Trío a la realidad del cambio climático.
Ahora, el director del Servicio de Cambio Climático Copernicus, Carlo Buontempo, comenta que “Siberia y el Círculo Polar Ártico en general tienen grandes fluctuaciones de año en año y han experimentado otros junios relativamente cálidos antes. Lo preocupante es que el Ártico se está calentando más rápido que el resto del mundo. Es inusual que Siberia occidental experimente temperaturas más cálidas que el promedio durante tanto tiempo durante el invierno y la primavera”.
Aún no termina la ola de calor en Siberia y ya salió un estudio detallado y acucioso al respecto en el que, por ejemplo, para analizar la influencia humana en la ola de calor que ya lleva medio año no se usó un modelo matemático sino 50 diferentes, que fueron los que cumplieron con los estándares de precisión de entre 71 modelos. Para el análisis correspondiente del pico de los 38° C en Verjoyansk se usaron 33 modelos de los 55 que se probaron.
Con esta precisión calcularon que este tipo de eventos ahora tienen más de 600 veces más probabilidades de ocurrir que a principios del siglo XX, y pronostican que de aquí al 2050, el período cálido en esa región en los primeros 6 meses del año sea en promedio al menos otro 0.5° C , y quizá hasta 5° C, más cálido.
Ya prácticamente no quedan científicos que nieguen la realidad del cambio climático, que éste es causado por la acción humana, que hay que reducir las emisiones de dióxido de carbono conservar a sus “secuestradores” naturales, las selvas y los bosques. El problema es que ya es tarde.
La estabilidad climática que requiere la agricultura ya se está perdiendo en Centroamérica, el Norte de África y el Medio Oriente y la gente está migrando.
TAL VEZ TE INTERESE LEER: “La revolución verde, y un poco mexicana, que salvó al mundo” sobre cómo se optimizaron los cultivos para paliar las hambrunas de finales de los 70 que motivaron el informe de los Jasons.
Para el año 2050, “bajo las barreras comerciales actuales, el peor escenario climático de un calentamiento de 4 grados conducirá a que haya 55 millones de personas padezcan hambre en comparación con la situación sin cambio climático. Si las regiones vulnerables no pueden aumentar sus importaciones de alimentos, este efecto incluso llegaría a 73 millones”, dijo al servicio de noticias científicas EurekAlert! Charlotte Janssens, autora líder de un estudio sobre hambre y climático.
Este equipo de investigación internacional, con base en un análisis de 60 escenarios posibles, recomienda liberalizar el comercio de alimentos, y señala que incluso si se eliminaran las barreras al comercio, “solo” 20 millones de personas padecerán la escasez de alimentos debida al cambio climático.
“Lamentablemente, vemos que en tiempos de crisis, los países se inclinan a adoptar una postura proteccionista. Desde el comienzo de la actual crisis del coronavirus, alrededor de 10 países están cerrando sus fronteras para la exportación de importantes cultivos alimentarios”, dice Janssens. “En el contexto del cambio climático, es muy importante que eviten ese comportamiento proteccionista”.
El problema es que a los líderes políticos ya ni siquiera les hacen falta físicos ni economistas para desacreditar las predicciones de los modelos matemáticos, aprendieron el truco y ahora niegan a la ciencia en general o simplemente no le hacen caso y siguen con sus agendas; algunos lo hacen incluso con la amenaza inmediata y palpable del coronavirus.