A principios del siglo XIX, llegó a México una de las expediciones más heroicas, esforzadas y desafortunadas de que se tenga memoria.
El 7 de mayo de 1814, en un hospital para enfermedades infecciosas ubicado en la Calzada de Chapultepec de la Ciudad de México, se llevó a cabo una demostración con los niños Francisco Ibarrola de 14 años de edad, Anselmo Sánchez de 12, Sóstenes Sotomayor y Pedro Arteaga de 10 y Mariano García y Ricardo Ocio de nueve.
El experimento consistió en inocular viruela a niños que ya hubiesen sido antes vacunados, “y que constase haberles prendido la vacuna”. Los niños fueron proporcionados por “la humanidad del señor regidor D. Francisco Manuel Sánchez de Tagle”, quien era “diputado” de la escuela patriótica, según escribió el Mariscal de Castilla Marqués de Ciria José Ignacio de Náxera en la Instrucción formada para ministrar la vacuna, impresa por orden del “virrey, gobernador y capitán general” de la Nueva España, Félix María Calleja.
El documento contiene las instrucciones de cómo aplicar las vacunas que Edward Jenner había inventado hacía unos cuantos años en Inglaterra, e incluye el relato de esta demostración con los niños como una forma de convencer a la gente para que se dejara vacunar.
“Habitantes de México, nada tenéis ya que desear en orden a pruebas de que la vacuna preserva en este país de las viruelas. Oíd con desprecio, si es que todavía se vierten, los discursos contrarios a la vacunación, como oiríais al que a las doce del día os dixese que era de noche”, se lee en el documento.
En la actualidad, ningún comité de ética permitiría una demostración como la que se hizo con los seis niños; tampoco se habría aprobado el sistema de vacunación ni, mucho menos, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Pero eran otros tiempos.
Pústulas y lanzetas
Tal parece que fue en China o en India en el siglo XI donde empezó a surgir la noción que eventualmente permitiría acabar con la feroz viruela. La idea se basaba en las observaciones de que se trataba de una enfermedad contagiosa y de que quienes la habían padecido quedaban inmunes ante nuevos ataques de la enfermedad. Así que se pensó que procurar un contacto leve con enfermos que hubieran padecido la enfermedad de manera poco virulenta, podría generar la inmunidad.
Se usaban técnicas como ponerse la ropa de los enfermos, aspirar polvo de costras de las pústulas o el líquido purulento que contenían, y los sujetos eran niños sanos a los que se buscaba proteger para el resto de su vida.
TAL VEZ TE INTERESE LEER sobre una visión espiritual y divina de la viruela en “Shitala o el sueño como cura“.
Finalmente, el procedimiento se estandarizó a poner el líquido (o linfa) de las pústulas de un enfermo sobre el brazo, previamente raspado, del niño a inmunizar, con la esperanza de que no enfermara de gravedad. A esto se le llamaba variolización y se practicaba en Asia y en el imperio otomano (turco).
En Constantinopla, Lady Mary Wortley Montagen, esposa del embajador de Inglaterra, conoció el método en 1718 y variolizó a su hijo de cinco años; cuando regresó a Inglaterra, variolizó a su hija de cuatro años en una demostración ante los médicos de la corte.
No tardaron en aparecer inoculadores especializados que mejoraron el método. Uno de los más famosos fue Robert Sutton quien, después de perder a uno de sus hijos por una variolización fallida, desarrolló un método en 1762 que resultó muy eficaz y le atrajo muchos clientes; pero lo mantuvo en secreto que solo le dijo a sus hijos.
En 1796, Daniel Sutton, el hijo mayor de Robert, publicó un libro describiendo el método desarrollado por su padre. El secreto ahora nos parecería obvio: raspar solo ligeramente, sin sacar sangre, y no aplicar las purgas ni los sangrados que los médicos de la época usaban para “balancear los humores”.
Curiosamente, fue el 14 de mayo de ese mismo año cuando el médico rural Edward Jenner inoculó a James Pipps, un niño de ocho años de edad, la primera vacuna propiamente dicha.
Jenner había notado que las mujeres que se dedicaban a la ordeña y habían sido afectadas por la viruela bovina no contraían la enfermedad humana. Así que inoculó al pequeño James con linfa obtenida de una lechera (mujer que se dedicaba a la ordeña) que padecía viruela vacuna o bovina; cuando, un mes después, le inoculó viruela humana, el pequeño James no desarrolló el más mínimo síntoma. Era inmune.
Jenner repitió el experimento en su propio hijo y después hizo 22 ensayos más. Con los resultados, en 1798 publicó el libro Inquiry into the causes and effects of the variolae vaccinae, que tuvo un éxito casi inmediato en toda Europa.
Un médico italiano “mandó al entonces rey de España, Carlos IV de Borbón, un ejemplar de su traducción al castellano del libro de Jenner y algunas ‘hilas’ impregnadas con linfa vacunal. La Gazeta de Madrid dio a conocer el hecho en enero de 1800 y así se anunciaba oficialmente la introducción de la vacuna antivariólica en España”, cuentan De Micheli e Izaguirre-Ávila en la Revista de Investigación Clínica.
En 1802 se desató una gran epidemia de viruela en el Virreinato de Nueva Granada (lo que actualmente es Ecuador, Venezuela, Colombia y Panamá), por lo que en los primeros meses de 1803 se empezó organizar la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, que, literalmente, llevaba sus dosis de vacunas en niños.
Los niños-vacuna en América
Se planearon cuidadosamente la logística y el financiamiento de la expedición; una parte le correspondió a la corona española y el a las juntas de vacunación que se harían en los territorios americanos y se pagarían con los Tributos y Censos de Indios, escriben Veiga de Cabo, De la Fuente Díez y Martín Rodero en la revista Medicina y seguridad del trabajo.
Se escogieron barcos veloces y se seleccionaron médicos, facultativos, practicantes y enfermeros capacitados para la tarea… Sólo faltaban las vacunas.
No había refrigeración, y los intentos de, por ejemplo, poner el pus entre dos vidrios, lacrarlos y envolverlos en un paño negro no tuvieron éxito. Así que la propuesta de Francisco Xavier Balmis, “basada en la utilización exclusiva de niños para realizar el transporte del fluido”, fue adoptada y este médico quedó a cargo de la expedición, cuentan José Tuells y José Luis Duro-Torrijos en la Gaceta Médica de México.
“La expedición debía contar, inicialmente, con unos 15 o 20 niños de edades comprendidas entre los ocho y diez años, que cumpliesen la condición de no haber pasado las viruelas y que serían vacunados en sucesivos pases de unos a otros a lo largo de la travesía, al objeto de transportar la vacuna de forma activa hasta su llegada a puerto de destino en las Américas”: Veiga de Cabo y colaboradores.
Para ello, se reclutaron “niños procedentes de Inclusas (orfanatos) o familias desestructuradas” de entre 3 y 9 años con el compromiso de que “serán bien tratados, mantenidos y educados, hasta que tengan ocupación o destino con que vivir, conforme a su clase y devueltos a los pueblos de su naturaleza”.
La Expedición Filantrópica zarpó el 30 de noviembre de 1803 del puerto de la Coruña a bordo de la corbeta María Pita. Tras un primer éxito en la isla de Tenerife, la primera parada en América fue en Puerto Rico, donde la Expedición fue recibida de manera poco amable porque la vacunación ya había llegado desde la isla inglesa de Saint Thomas. El problema fue que, como ya estaban vacunados, la mayoría de los niños no podían usarse para llevar la vacuna y seguir con la misión. Muy distinta fue su llegada a la Capitanía de Caracas.
“Los expedicionarios fueron recibidos con gran entusiasmo, el niño Luis Blanco de dos años de edad fue el primero de una larga serie de vacunaciones; los dos primeros días ya contabilizaron 64 operaciones, al poco alcanzaron las 2,064 y al dejar Caracas el 6 de mayo habían vacunado a 12,000 personas”: Tuells y Duro-Torrijos.
A partir de ahí, la expedición se dividió. Una parte se dirigió a Santa Fe, capital del Virreinato de Nueva Granada, donde se había iniciado la epidemia de viruela hacía más de un año. La otra, a cargo de Balmis, vino hacia la Nueva España.
También en Cuba, los expedicionarios se encontraron con que ya se había instaurado la vacunación, y las autoridades locales se negaron a facilitarles los cuatro niños que, como mínimo, necesitaban. Tres semanas después, salieron con tres esclavas que podían transportar la vacuna hasta la Nueva España. Por cierto, los niños-vacuna se iban quedando para ser embarcados y regresados a sus lugares de origen, cosa que en muchos casos no sucedió.
Tras pasar por Mérida, la Filantrópica llegó a Veracruz el 19 de julio de 1804, solo para comprobar que, una vez más, la vacuna se les había adelantado. Balmis, en esta ocasión, se llevó 10 soldados para mantener el virus activo. La expedición llegó a la Capital de Nueva España (actual ciudad de México) el 9 de agosto.
Balmis tuvo enfrentamiento con el Virrey Iturrigaray, y “se lamentaba de que «en vez de proteger el virrey y agradecer los servicios de la expedición, se empeña tan cruelmente en incomodarla hasta lo último». Aun así, fueron iniciándose las vacunaciones, los niños gallegos “quedaron bajo la tutela del virrey y Balmis elaboró un documento sobre cómo debía organizarse una Casa de Vacunación”, dicen Tuells y Duro-Torrijos. Después se fueron hacia el norte donde lograron establecer varias Juntas de Vacunación.
La Expedición Filantrópica debía continuar, así que, tras conseguir 26 niños mexicanos, el 7 de febrero de 1805, a bordo del buque Magallanes, zarpó del puerto de Acapulco con rumbo a Filipinas. Recorrió Manila, Cebú, Mizamiso, Mindanao y Zambuanga. El caso de los niños mexicanos fue distinto al de los españoles:
“En la mayor parte de los casos, los padres fueron gratificados con 16 pesos por prestar a sus niños. Balmis llegó a lamentarse «del carácter desconfiado de los naturales, que estimaban más una gratificación pecuniaria que la gran recompensa que el rey ofrecía de mantenerlos y tomarlos después hasta la edad de darles acomodo»”: cuentan Tuells y Duro-Torrijo.
Epílogo y homenaje
La historia sigue. Balmis incluso regresó a la Nueva España 1809, y vio cómo la invasión francesa y la guerra de independencia, deshicieron sus redes de vacunación.
Quedan pocos testimonios de la importancia que para Balmis tenían los niños, Tuells y Duro-Torrijo rescatan el elogio que hizo de la Directora de la Casa de expósitos y cuidadora de los niños, Isabel Sendales y Gómez:
“… la miserable Rectora que con el excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable noche y día ha derramado todas las ternuras de la más sensible madre sobre los 26 angelitos que tiene a su cuidado”.
Él mismo, cuando los sorprendió un tifón en ruta hacia Macao, cuenta que “no había uno entre nosotros que no esperase por momentos ser sepultado entre las olas del mar”. Balmis, solo y enfermo de disentería, estaba a cargo de los niños.
“…llegó por fin el día dieciséis, en que empezó a serenarse el tiempo y en el momento, arrostrando los eminentes riesgos de piratas y ladrones chinos que inundaban esos mares, verifiqué mi desembarco en una pequeña canoa, llevando en mis brazos a los niños, con lo que aseguramos nuestras vidas y la preciosa vacuna”.
A diferencia de los niños españoles, los niños mexicanos sí regresaron a su país; salieron 26 del puerto de Acapulco rumbo a Filipinas el 7 de febrero de 1805 y regresaron 24, dos murieron, el 14 de agosto de 1807. Aquí, sus nombres y edades a manera de homenaje:
- Juan Nepomuceno Torrescano 6 años/fallece
- Juan Josef Santa María 5/8 años
- Josef Antonio Marmolejo 5/6 años
- Josef Silverio Ortiz 5/7 años
- Laureano Reyes 6/9 años
- Josef María Lorechaga 5/12 años
- Josef Agapito Yllan 5/12 años
- Josef Feliciano Gómez 6/10 años
- Josef Lino Velázquez 5/9 años
- Josef Mauricio Macías 5/8 años
- Josef Ignacio Nájera 5/13 años
- Josef María Úrsula 5/8 años
- Teófilo Romero 6/9 años
- Félix Barraza 5 años/fallece
- Josef Mariano Portillo 6/8 años
- Martin Marques 4/7 años
- Josef Antonio Salazar 5/8 años
- Pedro Nolasco Mesa 5/8 años
- Josef Castillo Moreno 14/17
- Juan Amador Castañeda 6/9 años
- Josef Felipe Osorio Moreno 6/9 años
- Josef Francisco 6/9 años
- Josef Catalino Rivera 6/9 años
- Buenaventura Safiro 4/7 años
- Josef Teodoro Olivas 5/8 años
- Guillermo Toledo Pino 5/8 años