La lectura compartida de libros infantiles entre madres, padres, hijos e hijas tiene beneficios van mucho más allá de ampliar el vocabulario
Granlund y Stenberg son amigos y viven en un idílico claro del bosque entre montañas azuladas. “¡Pero entonces sucede algo terrible! Stenberg muere”. Mientras Granlund llora tanto que forma un lago, aparece el Búho Azul, que “es gigantesco y mira con ojos globulares”, cuenta Blå ugglan, uno de los el libros infantiles analizados en un estudio.
Blå ugglan significa literalmente búho o tecolote azul, pero es también una forma metafórica de referirse a la muerte en la cultura sueca, sobre todo en los libros infantiles. Más allá de que Geffenblad usa este símbolo de manera muy atractiva en sus ilustraciones, éstas fueron incluídas en la comunicación de un estudio realizado en la Universidad de Uppsala porque su libro incluye la palabra “muerte” sin indirectas ni eufemismos.
El estudio, hecho por Rakel Eklund, es uno de los muchos que hay que encuentran la gran importancia que tiene el libro infantil para el desarrollo emocional durante la infancia. De hecho, la Academia Estadounidense de Pediatría (AAP por su sigla en inglés) pide a los pediatras que, junto con otras recomendaciones que se hagan a madres y padres, incluyan la lectura compartida con sus hijas e hijos desde la primera infancia.
El libro infantil: cercanía, comodidad y seguridad
En su primera actualización de las recomendaciones desde 2014, la AAP se señala que, durante los primeros años de vida, la “lectura compartida” en voz alta por parte de madres, padres y cuidadores de niñas y niños no sólo promueve la alfabetización, sino que se trata de una oportunidad para fomentar relaciones afectuosas y enriquecedoras.
La recomendación de la Academia está basada en amplia evidencia de que compartir libros infantiles “desde el nacimiento”, es “una forma de construir, fortalecer y apoyar interacciones positivas y ricas en lenguaje”, señala la AAS en un informe técnico publicado hace unas semanas junto con una “declaración política”, ambas en versiones preliminares, pues la definitiva se publicará en diciembre en la revista especializada Pediatrics.
En el reporte se señala que la lectura compartida durante “los primeros años, críticos para el desarrollo, apoya el desarrollo cognitivo y del lenguaje de los niños”, lo cual, , “está directamente relacionado con las habilidades de preparación para la escuela, que a su vez pueden influir en las trayectorias educativas y económicas de los individuos”.
Pero también porque implican cercanía física, comodidad y seguridad. “Las interacciones recíprocas entre madres, padres, hijas e hijos… fortalecen tanto el cerebro como los vínculos”, explica la AAS.
Dipesh Navsaria, coautor del informe técnico y presidente del Consejo de la Primera Infancia señala en un comunicado de prensa que “si bien las pantallas táctiles y otros dispositivos electrónicos pueden ser populares, suelen ser experiencias pasivas o solitarias para los niños y no ofrecen los mismos beneficios de interactividad y construcción de relaciones”.
¡Atención (a y de) padres!
Mientras la AAP se refiere de manera general a madres, padres y cuidadores, un estudio realizado en Gran Bretaña se propuso descubrir qué tanta relevancia tienen los segundos, que usualmente se ocupan menos de la crianza de los hijos, y encontró que la relevancia es “significativa” e independiente de cosas como los ingresos familiares, así como del género, la etnia, la edad y el año escolar que cursa la niña o el niño.
El estudio, encabezado por Helen Norman, investigadora de la Escuela de Negocios de la Universidad de Leeds, analizó los datos de niños de cinco y siete años de edad de casi cinco mil hogares con madre y padre, y encontró que la participación de ambos progenitores es relevante, pero no de la misma manera.
Según el informe, publicado en septiembre del año pasado por la propia universidad con el título What a Difference a Dad Makes (Qué diferencia hace un papá), la participación de los padres tuvo un impacto positivo en el rendimiento escolar de sus hijos, y en los casos en que mamás y papás participaron en las mismas actividades (que además de los libros infantiles incluían jugar, contar historias, dibujar y cantar), ellas tuvieron un mayor impacto en las conductas emocionales y sociales de sus hijos pequeños que en el rendimiento educativo.
Norman y Jeremy Davies, director de Impacto y Comunicaciones en el Instituto de la Paternidad e investigador de la Universidad de Manchester, recomiendan que los papás reserven todo el tiempo que puedan para participar en actividades interactivas con sus hijas e hijos cada semana. Para los padres ocupados, incluso 10 minutos al día podrían tener beneficios educativos.
La muerte azul y otros temas difíciles
Rakel Eklund, de la Universidad de Uppsala, hizo un análisis de los libros infantiles que se publican en Suecia y encontró que sólo seis de cada diez libros que abordan el tema de la muerte utilizan la palabra “muerte”.
Las lecturas de libros infantiles juegan un papel crucial en los primeros años de crecimiento, pues no solo contribuye significativamente a las capacidades imaginativas del niño, sino que también fortalece el vínculo entre el niño y los adultos importantes en su vida, como los padres y los maestros. Además, señala la autora, las lecturas ofrecen un camino para explorar aspectos complejos de la vida y las relaciones sociales.
En el reporte de la investigación, publicado en la revista Death Studies, Eklund señala que “(a) medida que los niños se relacionan con personajes de ficción y se conectan con viajes emocionales retratados en las historias, los libros sirven como punto de partida para discusiones significativas, cuestionamientos existenciales”.
También señala que utilizar eufemismos o metáforas de la muerte como “quedarse dormido” y “ya no pudo despertarse” (que se escriben tanto para aliviar al niño como a los adultos que les resulta difícil hablar con los niños) “podrían causar daño”; por ejemplo, los niños podrían tener miedo de quedarse dormidos y no volver nunca, como los que murieron en la historia.
Epílogo para quienes no quieren leer
Todo lo anterior está muy bien, pero también existen las madres y padres que no se sienten cómodos leyendo en voz alta, y no a todos los menores les gusta que les lean libros infantiles. Afortunadamente, un estudio realizado por las universidades Florida Atlantic, de Estados Unidos, y Aarhus, de Dinamarca, con niños y niñas de tres a cinco años, ofrece una alternativa: recordar con los hijos.
Los resultados, publicados en el Journal of Applied Developmental Psychology, revelan que compartir recuerdos es, en muchos sentidos, tan bueno como compartir libros infantiles para el desarrollo del habla. Además, Erika Hoff, autora principal del estudio señala que “la reminiscencia es una práctica más extendida como una práctica natural en todas las culturas y niveles de estatus socioeconómico que la lectura de libros”.
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