Con “Frankenstein”, Mary W. Shelley creó el gran mito de la modernidad; el montaje del National Theater lo hace más actual que nunca.
Poderoso, horrendo e imponente, el engendro le dice a su creador, Victor Frankenstein, que no lo va a torturar, “en vez de amenazar, me contentaré con razonar contigo”. Las palabras de esta escena de la novela que Mary Wollstonecraft Shelley empezó a escribir cuando tenía 19 años, un hijo y aún se llamaba Mary W. Godwin, son quizá las más olvidadas de esta historia que dio origen al gran arquetipo de la modernidad y a las que actualmente les podemos encontrar más relevancia que nunca antes.
Que el engendro esté dispuesto a razonar con su creador contradice la idea del monstruo torpe, irreflexivo y balbuceante que se suele manejar en al cultura popular, pero es uno de los ejes principales tanto de la novela Frankenstein o el moderno de Prometeo como del deslumbrante montaje del National Theater que fue presentado hace unos días en México en transmisión directa desde Londres.
De hecho, en el montaje a cargo del director Danny Boyle (el de Trainspotting, Tumba al ras de la tierra y Slumdog Millionaire) con guion de Nick Dear y los actores Benedict Cumberbatch y Jonny Lee Miller alternándose los papeles de Victor Frankenstein y su engendro, nos muestra que este gran mito de la modernidad va mucho más allá de la fábula científica que usualmente se destaca.
Nota: El texto que sigue a continuación, además de un análisis de la obra, tiene numerosos spoilers de la historia, si no tuvo oportunidad de verla, puede hacerlo en este enlace. En ésta, Cumberbatch personifica al engendro y Miller a Frankenstein, que en lo personal, me parece la versión más atinada.
Horror y vigencia
La vigencia de esta historia, que no parece que vaya a terminar pronto sino todo lo contrario, no se hace explícita en la novela, pero sí en un párrafo que escribió la propia Mary W. Shelley en el prefacio de la edición de 1831 al recordar el momento de inspiración que tuvo poco después de una medianoche del verano de 1818 y que la llevó a escribir la historia de Frankenstein:
“Vi al pálido estudiante de artes profanas arrodillado junto a la cosa que había ensamblado. Vi el horrible fantasma de un hombre tendido, que después, por el trabajo de algún ingenio poderoso, mostró signos de vida… Espantoso debe ser; porque supremamente espantoso sería el efecto de cualquier intento humano de burlarse del estupendo mecanismo del Creador del mundo”.
De acuerdo con su época, la autora usó la palabra fantasma (phantasm) en su acepción de producto de la imaginación o ente fantástico; pero, sobre todo, hay que resaltar la consideración de que el horror que inspiraba el engendro no era simplemente por ser feo o deforme, sino por ser un intento humano de imitar o remedar La Creación divina.
Lo que Mary Wollstonecraft Godwin de Shelley quiso decir
Firmaba Mary Wollstonecraft Shelley, y fue una de las pocas mujeres de la época que se animó a publicar su primer libro con su nombre y no un seudónimo masculino. De acuerdo con las costumbres de la cultura hispana, quizá podríamos llamarla “Mary Wollstonecraft Godwin de Shelley”, y eso nos permitiría ver como sus nombres y apellidos reflejan el origen de muchas de sus ideas.
Para empezar, Mary Wollstonecraft, la mamá de la autora de Frankenstein, fue una pionera del feminismo que aún tiene vigencia, incluso en redes sociales (hay cuentas con su nombre). En su texto más famoso, Vindicación de los derechos de la mujer (1792), Wollstonecraft hablaba del derecho de las mujeres a beneficiarse de una educación completa que les diera la oportunidad de desarrollar sus capacidades y no que sólo les enseñara cómo ser buenas esposas.
Mary Wollstonecraft murió 11 días después de dar a luz a su segunda hija y primera de su matrimonio con William Godwin (de hecho se casaron porque se embarazó), por lo que, de acuerdo con la costumbre de la época, la niña recibió el apellido de su madre como segundo nombre y se llamó Mary Wollstonecraft Godwin.
William Godwin, quien era periodista, filósofo político y novelista, escribió, entre muchas otras cosas, que la maldad de los hombres era consecuencia del condicionamiento social, y hay quienes le consideran un precursor del anarquismo e incluso del comunismo.
Además, era un padre amoroso y dedicado con sus hijas e hijo, aunque sólo era padre biológico de dos, y se encargó de que Mary Wollstonecraft, a la que consideraba muy inteligente, recibiera una “educación más masculina” y la entrenó para que se convirtiera en escritora.
Sobre el entendimiento romántico e intelectual entre el poeta Percy Shelley y Mary Godwin, además de su agitada vida sexual y pasional, se ha escrito mucho, pero baste señalar que a él también le parecía fascinante el mito de Prometeo, y que publicó la obra teatral de closet (no estaba pensada para montarse en escena) Prometeo liberado en 1820.
“Soy un hombre”: el engendro de Frankenstein
Dear y Boyle simplificaron mucho el texto original de Frankenstein que, admitámoslo, es un poco pesado para la escena y la sensibilidad contemporánea; eliminaron a los personajes y anécdotas no esenciales y, en cambio, destacaron ampliamente detalles como la educación que recibió el engendro del ciego De Lacey a través textos clásicos.
Además incluyeron elementos meramente escénicos, como el deslumbrante arreglo de miles de focos abrillantan algunos momentos y la inclusión en una escena de una locomotora de vapor, máquina que fue inventada en esa época y que está en escena sólo para simbolizar el avance de la técnica y la revolución industrial, de acuerdo con Boyle.
Pero, sobre todo, Boyle y Dear hicieron que la escena cumbre del montaje fuera una que Mary Shelley dejó, pudorosa, a la imaginación del lector…
Tras asesinar al pequeño Henry Frankenstein para llamar la atención de Victor, el engendro, que nunca recibe un nombre, le explica a este último que el rechazo de los seres humanos y la falta de amor y comprensión lo convirtieron en un desalmado, pero que volverá a ser bueno y se alejará de la humanidad si su creador hace una mujer como él con quien pueda conocer el amor y tener compañía.
En el montaje teatral queda claro que mientras el engendro quiere una mujer que sea su igual; Victor Frankenstein, en cambio, se va a casar con una a la que, aunque sea su hermanastra y compañera de juegos de la infancia, trata como su inferior y parece apreciarla sólo porque ella le tiene una gran devoción.
Sin embargo, a un paso de darle vida a la nueva engendra, Frankenstein se arrepiente y la destruye. “No descansaré hasta desolar tu corazón”, le promete dolido el engendro en su culto lenguaje y, ahora sí, lo amenaza diciéndole que se volverán a ver en su noche de bodas.
Mientras Mary Shelley sólo nos dice que el engendro asesina a Elizabeth Lavenza (Naomie Harris) en su noche de bodas con Victor Frankenstein, mientras éste está en una habitación contigua, Dear y Boyle nos muestran una conversación en la que Elizabeth le muestra compasión y afecto al engendro.
Aún así, el engendro, empeñado en su venganza, el engendro le pide perdón, la somete, la viola y, finalmente, delante del horrorizado Frankenstein, la mata. “Soy un hombre”, exclama triunfante el engendro, y parece insinuar que “soy un ser humano” no hubiera sido la frase correcta.
Epílogo de aclaraciones
Frankenstein o el moderno Prometeo se considera la primera novela de ciencia ficción, aunque hubiera otras previas con temáticas de viajes espaciales o en el tiempo, porque fue construida sobre la base de un descubrimiento científico real, lo que entonces se llamaba galvanismo y revelaba la naturaleza eléctrica de la conducción nerviosa. (Bajo este criterio, la saga Star Wars no sería ciencia ficción, y no, los midiclorians no cuentan como ciencia)
Así, se le suele considerar una especie de fábula sobre los peligros del desarrollo científico; confundiendo la ciencia, el proceso que busca conocer la realidad, con la tecnología. Sin embargo, la historia es más profunda y su búsqueda más compleja, pues la tecnología de Victor Frankenstein no le permitió hacer una máquina sino un ser humano que razona y que siente, como enfatiza la obra de teatro.
En ese sentido, Victor Frankenstein es más un padre que un inventor, y la historia puede ser analizada, más bien, sobre cómo el dolor del rechazo o la negligencia paterna puede descarriar el carácter de una persona. De hecho, inmediatamente después de la primera versión de Frankenstein, Mary W. Shelley escribió Mathilda, una novela en la que, sin fantasmas ni inventos basados en la ciencia, explora los conflictos de una relación entre una hija y su padre.
“Todo el propósito de la historia, en realidad, es decir ¿qué significa ser humano?” . Nick Dear, guionista.