La marcha del orgullo LGBTTTIQA celebró 41 años de presencia en la capital mexicana. Este año el swing le dio color, sabor y ritmo a una celebración por amor.
Si tengo algo que decir sobre las marchas el orgullo LGBTIQ es esto: son de lo más divertidas. Siempre hay algo pasando, una drag aquí, un oso en leather por allá. En el carro del legendario club gay Spartacus va Juanito. ¿Se acuerdan de Juanito? Aquel de la banda roja en la cabeza, al que hiciera famoso nuestro actual presidente de la República dándole por dedazo la entonces delegación Iztapalapa. Pues Juanito sigue vigente y ahora es hincha del movimiento gay. Bien por él.
Este año mi experiencia fue súperdivertida porque mi amigo Ángel me invitó a acompañarlo en el camión de Swing México. ¿Qué es eso? Un grupo de jóvenes que sienten nostalgia por las eras que no vivieron y danzan swing como nuestros abuelos (¡o bisabuelos!) hubieran querido.
En el grupo de bailadores de swing hay gente de todo tipo: fresas y chocolates, como diría Ángel. Mientras esperábamos a que avanzara el grueso (sin albur) de la marcha, los bailarines de swing, con banda de jazz incluida, brincaban y hacían gracejos invitando a la audiencia a unírseles en la fiesta. Había malabaristas y una bailarina de hula. De verdad que se le pasan bien estos cuates.
Este año el Pride Parade – como se les conoce en el mundo a la marchas del orgullo por la diversidad sexual – fue muy especial porque se cumplen 50 años de los disturbio de Stonewall, aquello en los que un grupo de drags respondieron a las agresiones de la policía neoyorkina con un verdadero motín. El primer Pride fue una guerra.
En México esta fue la marcha número 41. Los niños de hoy siguen haciendo bromas con ese número: si eres el 41, eres el jotito del equipo. Es el recuerdo de aquella redada porfirista donde un grupo de hombres cometieron el horror de vestirse de mujer y bailar unos con otros. Santo Cristo redentor: entre ellos estaba el yerno del presidente Díaz. “Chulos y coquetones, ahí van los maricones”. La marcha de este año es para reivindicarlos como parte de la historia de la diversidad sexual.
Al frente del Ángel (o Victoria Alada, como algunos le dicen) un grupo de activistas históricos que han estado desde que todo empezó rechazan a las corporaciones y al gobierno. Se niegan a ser unos activistas “cómodos”.
Amar es combatir. Ser puto o lencha es una identidad militante.
Y eso no se debe olvidar. La marcha puede ser divertida y puede haber carros decorados de Amazon, Google y cualquier marca que busca al público millennial, pero no hay que dejar de lado esa esquina militante del movimiento. Se han ganado espacios: hoy, en la Ciudad de México y en varios estados del país, los matrimonios entre personas del mismo sexo ya son permitidos, pero baste entrar a los foros de comentarios de las notas sobre la marcha en diversos periódicos para darse cuenta de que seguimos siendo unos homófobos de quinta.
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Bailando swing quiero irme al panteón. De repente en la pista de baile que es el Paseo de la Reforma irrumpe un carrito: son dos hombres recién casados. El grupo de swing los rodea y baila para ellos. Hasta Esquilos, el perro mascota del equipo, se ve contento.
Hay de todo en el Pride: tipos en calzoncillos y otros muy bien vestidos con corbatín bajo el sol veraniego. No pocos llevan a sus perritos y otros a sus hijos. Para muchos eso es actuar heteronormativamente, es decir, querer copiar el modo de vida de los bugas o heterosexuales; ser gays que no escandalizan, ejemplos de cordura y buen humor: el mono bailarín del cilindrero.
Al swing todo eso no le importa. O tal vez sí, pero les importa bailando y dicen que ser feliz es la mejor venganza, ¿no?