El cáncer de mama es diagnosticado cada año a más de 80 mil mexicanas y es la principal causa de muerte en aquellas que tienen más de 20 años…
Combatir el cáncer de mama no es solo cuestión de rayos y sustancias.
Bety
Beatriz Garrido se enfureció al escuchar la noticia. El bulto que le extirparon del seno izquierdo era parte de un tumor maligno, no una bola de grasa como creyeron durante meses los médicos del sanatorio La Pradera.
La oncóloga de Bety le recomendó recurrir al Seguro Popular, porque en la clínica particular donde hasta entonces la había estado revisando no tenían los aparatos necesarios para el costoso tratamiento que le esperaría. La vida, como la conocía, quedó suspendida.
Al salir del consultorio de la oncóloga, Beatriz comenzó a imaginar el futuro de sus dos hijos si ella no sobreviviera al cáncer de mama, que se le diagnóstico en octubre de 2013.
“La palabra cáncer suena muy fuerte. Lo primero que viene a tu mente es que vas a morir”, recuerda la comerciante de 50 años de edad.
Un año después de su diagnóstico, Bety está en otro consultorio. Esta vez es para recibir apoyo emocional en el INCAN (Instituto Nacional de Cancerología), una de las pocas instituciones en México que ofrecen atención psicooncológica especializada.
Ahí dentro, ella habla sobre algo que le llega a doler más que las secuelas físicas de las tres cirugías que atravesó: los cambios en su imagen corporal, y los comentarios insensibles de algunas personas.
En un hospital del IMSS Bety platicó en cierta ocasión con otra paciente de cáncer de mama en la sala de espera. “Te vas a morir de todos modos. A mí me regresó del izquierdo al derecho, mejor te hubieran quitado los dos senos”, dijo la otra mujer.
En ese momento, Bety decidió que no quería rodearse de personas enojadas con la vida. Dejó de charlar con otros pacientes cuando iba a sus chequeos semestrales.
“Hay veces que se te juntan todos los problemas. No sabes para dónde correr, y te refugias en las personas equivocadas. Una persona profesional, lejos de juzgarte, se concentra en lo que a ti te hace falta”, dice Bety sobre las 10 consultas psicológicas que recibió.
Estas consultas, cuyo precio se calcula de acuerdo al perfil demográfico de cada derechohabiente, no son cubiertas por el Seguro Popular y Beatriz no pudo costear más sesiones.
No todos los pacientes requieren intervención psicológica, pero las personas desmoralizadas tienen más riesgo de no apegarse a los tratamientos contra el cáncer de mama (o de otros padecimientos). Esto se traduce en estancias hospitalarias más prolongadas, mayor uso de medicinas, y dificultad para comunicarse con los cuidadores.
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Si bien existe el programa nacional de Prevención y Control del Cáncer de la Mujer 2013–2018, no se ha reportado ningún avance o estrategia concreta en cuanto a la atención emocional por el cáncer de mama, diagnosticado cada año a más de 80 mil mexicanas.
“Se han comprobado los efectos positivos en la calidad de vida de pacientes y familiares”, comenta Oscar Galindo, psicólogo adscrito al INCAN, respecto a las psicoterapias que ha implementado en ese hospital. Él recomienda poner atención especial en quienes, desde antes del diagnóstico, ya presentaban problemas de afecto o poco apoyo social.
Galindo estudia cómo esos aspectos intangibles pueden ser atendidos con terapias basadas en evidencia, como las cognitivo-conductuales y existenciales, que combaten el estrés, la depresión y la ansiedad.
“El psicólogo debería ser visto como parte integral del equipo de salud”, Oscar Galindo.
No soy la misma tras el cáncer de mama
Seis años después de su diagnóstico, Bety despierta en su casa y se prepara para vender paletas heladas y frituras frente a una primaria en la delegación Gustavo A. Madero. Se baña con agua no muy caliente y se viste con ropa cómoda que la proteja del sol. Recuerda el día que tuvo que cambiar las blusas por playeras, los pantalones de vestir por pants, y los tacones por tenis.
Al salir a trabajar, procura no agacharse o forzar de más su cuerpo, que no volvió a ser el mismo luego de las 30 radioterapias a las que se sometió.
“Ésta es otra Bety, que nació después de un cáncer. La Bety de antes ya no está, porque ella no era feliz al cien por ciento. Esta Bety tampoco es tan feliz, pero es la que yo quiero. Si se pudiera, sí me gustaría seguir recibiendo la atención psicológica. Por lo menos una vez al mes, para que tenga cosas que contarle al doctor”, dice la ex-estilista.
Rebeca
Rebeca Candia está en un hospital de Cancún para recibir resultados de patología. El papel dice “cáncer de mama triple negativo, fase III”. Piensa en su diagnóstico en un segundo plano. Está más preocupada por la reacción de su mamá al saber que su hija tiene uno de los tumores más agresivos que se conocen.
“Traté de suavizarle las cosas, pero en ese momento teníamos una muy mala relación, y ella se desmoronó”, cuenta Rebeca, bióloga marina de 38 años.
De regreso en su departamento, la científica lee sobre los mecanismos de crecimiento celular relacionados con el cáncer de mama, la principal causa de muerte en las mexicanas mayores de 20 años. La incertidumbre la invadió. Ya no sabe cuándo podría retomar su investigación doctoral sobre el comportamiento de las langostas marinas espinosas Panulirus argus en Puerto Morelos, Quintana Roo.
En junio de 2016, Rebeca pasó a formar parte del 58% de las mexicanas con cáncer, de 40 años o menos, que comenzaron a ser atendidas en etapas avanzadas del padecimiento. Sin embargo, algo la distinguió de otras pacientes desde el principio.
“La noticia no me afectó, no estaba enojada. Mi actitud era bastante positiva. Pensé ‘bueno, me tocó ¿ya qué?’. Que me hagan todo lo que sea necesario”, recuerda.
En casa de sus papás Rebeca se recostó y esperó a que disminuyeran los mareos, náuseas y dolor de cabeza. Había regresado de una visita al INCAN, donde recibió sus tratamientos quirúrgicos, radiactivos y químicos. Trataba de asimilar que, después de haberse independizado hace ocho años, ahora requeriría de la ayuda diaria de sus padres: un economista y una profesora de primaria, con quienes no había resuelto algunas asperezas de su nueva rutina conjunta y caótica.
Un año después, durante una consulta en el INCAN, Rebeca escuchó decir a su doctora por enésima vez “tienes la ansiedad al tope, deberías de ir a psicooncología”. Aunque ya recibía apoyo psicosocial en el programa Joven y Fuerte, Rebeca se dio cuenta de que no estaba del todo bien.
“Traía un montón de marañas, y no precisamente asociadas con el cáncer como tal. No me fue tan mal con los tratamientos. Al terminar la quimio ya me estaban creciendo el cabello, las pestañas y las cejas. La recuperación fue bastante rápida. Pero en cuanto a lo personal y emocional yo estaba bastante estancada”, recuerda.
Rebeca estaba atravesando un duelo, proceso inherente a la pérdida de la salud que impacta la individualidad de la persona.
“El duelo no solamente es por la noticia de tener cáncer de mama, sino por lo que va uno sintiendo que se pierde. Es necesario que haya alguien que te guíe para comprender y aceptar lo que está ocurriendo en tu vida”, explica la enfermera María de la Luz Sandoval, profesora de la UNAM.
El escenario ideal, según la especialista en tanatología, es que todos los pacientes oncológicos tengan acceso a este tipo de atención, que no sólo es recomendable para las personas que están en una etapa terminal.
Una investigación realizada en 2008 encontró que la necesidad más relevante para los pacientes mexicanos con cáncer en etapa terminal fue “tener fe en dios o en un ser supremo”. Sin embargo, las necesidades psicosociales más vitales en sobrevivientes como Rebeca y Beatriz, apenas están siendo caracterizadas en nuestro país.
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En 2018 un estudio estimó que se podrían prevenir décadas de mala calidad de vida, si el duelo fuera atendido en etapas oportunas.
La investigación, dirigida por Harper Hubbeling, doctora de la Escuela de Medicina de Harvard, identificó cinco áreas donde requieren más apoyo las pacientes mexicanas con cáncer de mama, de 40 años de edad o menos, y con un diagnóstico menor a cinco años. Éstas fueron:
- La educación sobre pérdida de fertilidad,
- el acceso a cirugía reconstructiva,
- la reintegración laboral,
- la disrupción de relaciones sociales
- y el cuidado psicológico.
Contra la incertidumbre
Rebeca supo que las diferencias con su mamá habían quedado atrás. Están juntas en una consulta donde les explican cómo reconstruirán los senos de la joven científica, quien se sometió a una mastectomía bilateral. Un seno fue removido por tratamiento, y el otro por reducción de riesgo.
“Ya no me peleo con ella. Fue de las ganancias de todo esto. De no haber regresado a casa de mis papás, seguiríamos con las mismas broncas”, dice Rebeca.
Los cuidadores primarios, como los papás de Rebeca o la familia de Beatriz, son un grupo poblacional sumamente importante, teniendo en cuenta las carencias de los sistemas públicos de salud. “Se encargan de labores para las cuales no suelen estar preparados, desde atención emocional hasta aspectos logísticos y económicos. Sin ellos, los resultados positivos de las terapias psicológicas probablemente no serían tan evidentes”, comenta el doctor Galindo.
Aunque el cáncer le costará a México más de 50,500 millones de pesos en 2020, hasta el momento no existe la infraestructura para poner en marcha un programa nacional viable para el control del cáncer, así lo calculó un análisis publicado en 2016.
En este contexto, los psicooncólogos y tanatólogos señalan la importancia de investigar en nuestro país cómo esas pérdidas económicas se relacionan con las pérdidas inmateriales del cáncer, a costa de la salud mental y espiritual de pacientes y familiares.