Covid-19 nos ha puesto en contacto con pasiones como el temor, el dolor, la esperanza; la ética es una forma de orientarnos en ellas. El filósofo Vicente Serrano explica cómo.
La ética “nos permite entender la combinatoria básica de nuestras emociones… Habla de lo más íntimo de nuestro ser: de la esperanza, del temor, de nuestras pasiones, y además nos da criterios para orientarnos en su laberinto”, me explicó en 2012, el filósofo Vicente Serrano con motivo de la publicación de su libro La herida de Spinoza.
Siete años después de esa plática, una enfermedad llamada Covid-19 ha sacado al mundo entero de balance, y en medio del caos que ha generado, pareciera que los únicos que tienen guías éticas para saber cómo comportarse ante la emergencia son quienes están a cargo de cuidar nuestra salud.
Pero todos requerimos de esa orientación para entender cómo vamos a reconstruir “nuestro modo de vivir y de relacionarnos, que tiene que ver con el cuidado de los otros y de nosotros mismos; nuestra actitud ante la vida, la adversidad, la enfermedad y la muerte”, me dice Serrano ahora desde su confinamiento en Madrid, España.
Vicente contestó mis preguntas por escrito, así que las pego aquí omitiendo mis preguntas, con una división temática y ligeramente editadas.
Biopolítica y la legitimidad del poder
La ética tiene una dimensión individual, lo que cada uno reconoce como valores o deberes, pero a la vez esa dimensión individual está impregnada de un modo colectivo de estar en el mundo, a veces inducido por los poderes.
En este punto, distinguiría dos niveles: un primer nivel ético de los ciudadanos sin más, respecto de los cuales creo que en términos generales, lo que uno percibe es que cada quien ejerce constantemente la ética cuando nos enfrentamos a las emociones tan humanas como el temor, la compasión o la empatía, la generosidad o, en otros casos, el egoísmo, que todos reconocemos.
Más preocupante es el otro nivel, el nivel del poder ya sea político o mediático, hoy ya casi indistinguibles, donde aflora un modo de estar en el mundo en el cual la ética y, por tanto, la gestión de las emociones, tiene que ver con lo que se llama biopolítica.
La biopolítica es una forma de gobierno y de poder que busca la gestión de las poblaciones; en ella la salud es sobre todo un capítulo de la economía, y van de la mano en un modelo dirigido a dar seguridad al conjunto de la población para gobernarla. Esa seguridad es hoy la verdadera legitimidad de los poderes políticos.
Así, una pandemia como ésta es vivida como una amenaza, la de la posibilidad de un fracaso gigantesco de la biopolítica y, por tanto, de los gobiernos, de esa legitimidad de los poderes que depende en gran medida de su capacidad de dar seguridad y por tanto sanidad.
Ante un fracaso como ese, que además se prolongará en forma de crisis económica aguda, aparecen el peligro de recuperar actuaciones excesivas en ejercicio de soberanía y de estados de excepción permanente.
Donde fracasa la biopolítica aparece el riesgo de los totalitarismos.
El poder político está asustado en algunos casos y en distintos grados, eso depende de los países; está incluso más asustado que los propios ciudadanos.
Y el problema de fondo es un problema profundo de ética, a saber: esa legitimidad desde la que actúa la biopolítica, que ahora está fracasando, se basa en la idea de una cierta omnipotencia. Lo que la pandemia evidencia es que no hay tal, que el rey de la omnipotencia en que se basa nuestras vidas sigue desnudo, que la naturaleza nos muestra una vez más nuestros límites.
(Con “omnipotencia”, Serrano se refiere a la idea de que los seres humanos dominamos a la naturaleza y de que ésta es “esa especie de infinito almacén del que extraer recursos ilimitadamente para intentar una tarea imposible, que es la de satisfacer un deseo insaciable”, me dijo en 2012).
Entonces el principal criterio ético es no dejarse arrastrar; resistir, en la gestión de nuestros afectos, a los mensajes ampliados además por las nuevas tecnologías, las cuales, sin duda, le dan un matiz nuevo a esta pandemia respecto de las múltiples que ha vivido la humanidad a lo largo de la historia.
Pero, ¿cómo resistir?
Sin olvidar que “vivimos una tragedia profunda y terrible, a la que es preciso atender y en la que muchas personas pierden a sus seres queridos”, Serrano explica en qué consiste “resistir”:
La filosofía es una forma de resistir a un clima de propaganda, de recordarnos que somos mortales y nuestros límites; de resistir a un ruido constante, al miedo adicional o la falsa esperanza que nuestros políticos nos transmiten mediante sus medidas y su sobreactuación.
Pero si uno mantiene a cierta distancia el ruido, en parte inducido por el posible fracaso de la biopolítica y los supuestos expertos que proliferan desorientados por los medios, uno debe reconocer que en muchas guerras a las que ni prestamos atención, porque las damos por asumidas, ha habido más muertes de las que habrá por esta pandemia. Y esa diferencia debe hacernos pensar en qué está pasando.
Es ahí donde está la ética en sentido profundo, en una cierta serenidad que nos haga redimensionar nuestras vidas más allá del ruido del presente, gestionar los sentimientos, los afectos, la relación con la vida y la muerte, con el dolor, recuperar un cierto silencio frente al ruido mediático.
La filosofía, la mejor filosofía, y la ética siempre han tenido presente la muerte y la adversidad, y no sólo para temerlas, pero sí para gestionar nuestra relación con ellas, que es también nuestra relación con la vida.
¿Hacia un nuevo mundo?
Si bien la muerte y la enfermedad nos igualan a todos, no así la forma de combatirlas ni los medios para hacerlo; pero en este caso se añade la novedad de la nueva tecnología, que creo que es el elemento más decisivo para entender la actual pandemia.
La llamada brecha digital se está expresando ahora en otros términos: está entre aquellos que pueden continuar su actividad desde la tecnología, sin contactos físicos, y aquellos que deben seguir en contacto y que son los más perjudicados, bien por el riesgo de contagio o porque su actividad económica está en riesgo, y con ello se asoman a una desgracia adicional.
Siendo optimista, podría uno pensar que la pandemia supondrá un giro en nuestro modo de estar en el mundo, una oportunidad para el reconocimiento del fin del sueño de la omnipotencia en que vivimos instalados desde hace al menos tres siglos, sobre todo en los llamados países desarrollados.
Pero creo, por desgracia, que no será así. Creo que se anuncia una nueva realidad económica donde las grandes empresas tecnológicas saldrán aún más favorecidas. Por lo demás, creo, una vez que frene la amenaza del virus se volverá a los mismos hábitos en la gestión de las emociones dominadas por la omnipotencia. Con el agravante añadido de que, con el pretexto de la seguridad, se generalicen y se extiendan los controles desde las nuevas tecnologías y el consiguiente riesgo de totalitarismos de nuevo cuño.