Los desastres naturales y el aislamiento pueden provocar problemas como ansiedad, depresión y síndrome de estrés postraumático, y hay que poner especial cuidado con los niños.
Se han comentado de manera reiterada las implicaciones de la pandemia por coronavirus en la salud física de quienes la padecen, igualmente se ha discutido el costo económico que este fenómeno está provocando. Sin embargo, -y como muchas veces sucede- otro gran daño asociado a las catástrofes naturales ha quedado relegado de la conversación: la salud mental.
¿Cómo afectan la pandemia y la cuarentena a la salud mental?
En primera instancia, los potenciales daños a la salud mental que resulten del coronavirus parecen irrelevantes al lado de la facilidad de contagio, la comorbilidad funcional que genere la infección y la tasa de mortalidad, así como el impactante perjuicio a las instituciones político-económicas del mundo, no obstante, los trastornos mentales se asocian, en el corto y largo plazo, de manera individual y social, a una pérdida de productividad, discapacidad y pérdida del bienestar, aumento de enfermedades orgánicas e incluso mortalidad prematura.
Como menciona el director regional de la OMS en Europa, la epidemia nos ha pedido responder efectivamente como individuos, familia y sociedad. Donde normalmente se articulan con menor o mayor grado de resistencia las instituciones gubernamentales y la sociedad, la pandemia ha puesto un obstáculo, cuya solución en forma de solidaridad requiere de una medida sobre todas las demás: el aislamiento social, el “encarcelamiento” voluntario.
La pandemia ha obligado literalmente a todo el mundo a poner en pausa sus proyectos de vida, un fenómeno que quizás desde la pandemia de influenza española en 1918 o desde las guerras mundiales no se había experimentado. Sin duda, el distanciamiento, por sí solo, es ajeno a la condición humana.
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La disrupción de la rutina, que suena irrelevante y en algunos casos atractivo, como cuando uno sale de vacaciones, es en este caso una posible fuente de malestar emocional que puede configurándose en verdaderos trastornos psicológicos y psiquiátricos y que, por tanto, requiere atención.
Está claramente estudiado que las grandes catástrofes, tanto naturales como las producidas por los humanos, se asocian con presencia de síntomas de ansiedad, depresión e incluso con el desarrollo de síndrome de estrés postraumático, una entidad que lejos de su representación cinematográfica en soldados que regresan de la guerra, es una verdadera causa de discapacidad que aumenta el riesgo de otras comorbilidades psiquiátricas, como abuso de sustancias, depresión y de suicidio.
Por otro lado, la American Psychological Association (APA) establece que las cuarentenas y el aislamiento también se asocian con los mismos problemas de salud mental y se ha observado, que este tipo de sintomatología aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares, de inicio precoz de demencia y un aumento generalizado de la mortalidad.
Si bien el aislamiento social y la soledad son determinantes para este tipo de trastornos mentales, no debemos olvidar que incluso el miedo de enfermar, la incapacidad e impotencia para actuar ante este suceso mundial, y la ansiedad que genera la enfermedad en aquellos que la sufren, son otros de los factores asociados a un empobrecimiento de la salud mental.
¿Quiénes están en mayor riesgo?
Parece una broma cruel, pero los grupos que están en mayor riesgo de padecer complicaciones y mortalidad por el Covid-19 son los mismos que están en mayor riesgo de presentar alteraciones en su salud mental: las personas de edad avanzada, aquellos con enfermedades crónicas como diabetes e hipertensión y los profesionales de la salud. Hay que sumar, por supuesto, a quienes ya tienen alguna condición psiquiátrica y a los menores y jóvenes.
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La pandemia puede ser particularmente importante en la salud mental de los niños, quienes entre más jóvenes sean tendrán un peor pronóstico: la disrupción de una rutina habitualmente activa, el bombardeo de información sobre la pandemia, la falta de madurez ante ideas como la muerte o la convalecencia de una enfermedad e incluso un potencial aumento de la exposición a violencia intrafamiliar o ambientes no seguros, pueden generar daños agudos y crónicos en la salud mental de los más pequeños.
En ese sentido, los padres y cuidadores de niños deben estar al tanto de síntomas que pudieran evidenciar algún malestar emocional: preocupación excesiva por la salud, propia o la de sus familiares, lloro desmesurado, la disminución en el desempeño académico (que puede ser difícil de evaluar actualmente), la presencia de dolores inespecíficos, musculares o de cabeza, y la regresión a conductas más infantiles que ya habían sido superadas, como mojar la cama.
Debemos recordar que entre la población joven los trastornos mentales son la principal causa de discapacidad, el abuso de sustancias se suele consolidar durante la adolescencia y el suicidio es la segunda causa de muerte entre los 18 y 25 años de edad. Por lo que la prevención de eventos críticos que puedan dañar la salud mental debe ser prioritaria en este grupo poblacional.
¿Hay estrategias para cuidar la salud mental?
Actualmente la OMS no ha definido ningún plan para abordar las comorbilidades de salud mental que resulten de la pandemia Covid-19. Y si bien la salud mental debe ser un componente integral del abordaje del sistema de salud ante esta crisis, por el momento las acciones que podamos tomar serán exclusivamente a nivel individual.
Se recogen aquí recomendaciones que ha generado la OMS, el Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos y especialistas sobre el tema en publicaciones especializadas. Lo más importante es acercarnos a una rutina diaria saludable que se asemeje a la que se tenía antes de la pandemia, o que incluya los siguientes puntos:
Recomendaciones generales
- Higiene del sueño: Es importante tener un sueño de calidad y cantidad adecuada, intentado no exceder las horas recomendadas en adultos (aproximadamente ocho horas por día) ni estar por debajo (no menos de seis). La higiene de sueño también implica dormir a la misma hora todos los días.
- Estar físicamente activo: En adultos, se recomiendan 30 minutos de ejercicio aeróbico al día, con un total de 150 minutos a la semana. Igualmente, realizar estiramientos o caminar, en la medida de lo posible, entre periodos de alrededor de una hora de trabajo. Es recomendable salir al aire libre, si las disposiciones locales para enfrentar la pandemia lo permiten.
- Comer y beber sanamente: Mantener los horarios de comida que se tenían durante la semana, dieta balanceada, limitando el consumo de alimentos hipercalóricos. Evitar consumir en exceso bebidas alcohólicas y otras sustancias de abuso, como el tabaco.
- Realizar actividades que uno disfruta: Se debe tomar tiempo del día y dedicarlo, en exclusiva, a la realización de actividades que uno disfruta.
Redes, medios, amigos y familia:
- Socializar, trabajar en la empatía: utilizar las redes sociales y los medios tecnológicos que tenemos a nuestra disposición para comunicarnos, discutir el efecto que esta pandemia ha tenido en nuestra vida, así como fortalecer las redes de apoyo que tenemos con nuestra familia, amigos u otras comunidades.
- Dosificar la información: Es importante estar informados, pero hay un exceso de información acerca de la crisis; debemos evitar saturarnos con ella, tener en perspectiva el daño del Covid-19 (la mayoría de los contagiados experimentarán únicamente síntomas leves) y tomar descansos de este tema en general.
- Cuidar la calidad de la información: Ante la multitud de publicaciones, hay que conseguir información de fuentes científicas reconocidas y evitar medios alarmistas, esotéricos o conspiranoicos, que abundan en las redes sociales. También hay que evitar compartir ese tipo de información que puede provocar sintomas de ansiedad
- Atender, guiar y confortar a los niños: Tomarse tiempo para explicar, con las palabras que entiendan, lo que la pandemia significa; ayudarlos a sentir seguridad y procurar su bienestar emocional; limitar la exposición a información y redes sociales; establecer rutinas diarias que incluyan aprendizaje académico, y, sobre todo, fungir como modelo de estas conductas.
- Autoeducarse en salud mental o buscar ayuda profesional: buscar videos o plataformas en línea sobre estilos de vida saludable y verificar que se basen en fuentes científicas antes de usarlos; hacer un pequeño de directorio de servicios psicológicos en línea o de telemedicina que se ofrecen a nivel local.
- Confiar en las instituciones en materia de salud: Estar en desacuerdo con los políticos no implica ser desobediente ante las medidas de salud, sobre todo si estas se fundamentan científicamente y han sido efectivas en otros países y en otros períodos históricos.
Así como los invidentes, en el famoso libro de Saramago “Ensayo sobre la ceguera”, sucumbían ante el pánico de la enfermedad y del aislamiento, recordemos que, con un poco de empatía, calma y algunas cuerdas que nos faciliten nuestra rutina, saldremos adelante.